Opinión | El recorte
La fragmentación

Kaja Kallas, Alta Representante de Política Exterior de la UE / Europa Press/Contacto/Wiktor Dabkowski
Podemos no supo evitar su último varapalo electoral y la disolución de su proyecto político en otras alternativas. Ni consiguió mantener su electorado, que les abandonó decepcionado por sus incoherencias. No lo tuvo claro. Pero ahora una de las mentes más lúcidas en geoestrategia mundial, Ione Belarra, sicóloga de profesión, sí tiene claro lo que debe hacer España: abandonar urgentemente la OTAN.
Esa ha sido, desde siempre, la perreta de la izquierda comunista española que odia todo lo que huela a los Estados Unidos. Aún es posible recordar el feo gesto de Zapatero, cuando quiso seducir a ese electorado y no se levantó al paso de la bandera norteamericana en un desfile de celebración del día de la Hispanidad. Porque Zapatero, en su día, y Sánchez, hoy, antes que presidentes de los españoles son secretarios generales de un partido socialista. Ninguno aprendió nada de Felipe González.
El problema es que quien parece haber dejado la OTAN con cajas destempladas es Donald Trump. O sea, ha hecho lo que ha dicho Belarra, lo que debería hacerle pensar, si ello fuera posible, que está equivocada. La primera potencia del mundo ha decidido jugar otro rol y utilizar la disuasión de su poderío militar en su propio beneficio, como hemos visto en las fracasadas conversaciones de paz en Ucrania, donde se ha querido dejar olímpicamente al margen a la Unión Europea. Así, pues, los países europeos en estos precisos momentos no solo no deben dejar la OTAN, sino que tienen que reforzarla a través de un enorme esfuerzo presupuestario al que la izquierda española, como es natural, se va a oponer con uñas y dientes.
El inoportuno consejo de Belarra está basado en el profundo infantilismo de la izquierda y en su ingenua percepción de un mundo flower power. Un mundo donde Marruecos no compra miles de millones en armamento estadounidense, donde Rusia no decide una mañana lanzar sus tanques sobre un país vecino como Ucrania y donde los terroristas islámicos no colocan bombas que siegan por centenares la vida de los infieles occidentales. Pero ese planeta no existe más que en la imaginación de los más cándidos.
Europa padece una extrema derecha profundamente nacionalista que desea fortalecer las naciones antes que la unidad. Y una extrema izquierda comunista y desestabilizadora, que amenaza su crecimiento económico. Como niños en un patio de colegio, unos levantan el brazo y otros el puño, en una guerra de símbolos a cual más inútil. A los pocos líderes sensatos que nos quedan les espera el reto de crear un ejército europeo y meter en cintura los tribalismos del populismo radical que confronta a los extremistas.
El viejo sueño de los Estados Unidos de Europa se quedó en el paritorio, con una constitución que no se aprobó. La unidad monetaria de la zona euro se impuso por decreto, pero la armonización fiscal sigue siendo imposible porque cada país va por libre. Y es más, hay Estados, como España, donde la debilidad política y las tensiones internas están provocando la emergencia de procesos separatistas. En vez de avanzar hacia la unidad del continente parece que nos encaminamos a la disolución en pequeñas tribus, con pequeñas lenguas y pequeñas cabezas.
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