Opinión | A babor

Mejor munición que más abrazos

El presidente estadounidense, Donald Trump (d), discute con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, durante una reunión este viernes, en la Casa Blanca en Washington (Estados Unidos).

El presidente estadounidense, Donald Trump (d), discute con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, durante una reunión este viernes, en la Casa Blanca en Washington (Estados Unidos). / JIM LO SCALZO / POOL / EFE

La política exterior de Donald Trump durante su primer mandato como presidente estuvo marcada por su desprecio a la legalidad internacional, la diplomacia y por su visión instrumental del poder. El episodio del despacho oval con Zelenski ha superado todos los límites y ha dejado en evidencia una realidad desoladora: bajo el liderazgo de Trump, Estados Unidos ha decidido alinearse con Rusia en contra de Europa y de los valores democráticos que han definido el orden mundial de las últimas décadas.

La humillación a la que Trump sometió al presidente ucraniano durante su visita en la Casa Blanca no solo es una muestra del desprecio por Zelenski, sino una señal inequívoca de que la administración que Trump encarna ha decidido dar la espalda a la causa ucraniana. Trump y su segundo, Vance, maltrataron a Zelenski, acusándolo de ser un obstáculo para la paz, mientras exigían que Ucrania entregara su soberanía y sus riquezas minerales a cambio de una paz que únicamente beneficia al Kremlin. Ese comportamiento indecente no es casualidad ni responde a un arrebato más del expresidente, a una nueva excentricidad trumpiana. Se trata de una estrategia diseñada para consolidar un nuevo eje geopolítico en el que Estados Unidos deja de ser el garante del orden internacional y se convierte en un actor impredecible, que responde exclusivamente a los intereses cambiantes de su líder. En este nuevo orden, el que la administración estadounidense se convierte en mero instrumento, y el Partido Republicano en entregada comparsa, Europa deja de ser un aliado, para convertirse en adversario, Ucrania es tratada como mercancía para negociar con Putin, de la misma forma que Gaza se convierte en un delirante balneario para ricos.

El lunes, en Naciones Unidas, quedó claro el alineamiento de Trump, al apoyar la narrativa rusa sobre la guerra. No contento con eso, se le ha ofrecido a Putin lo que siempre ha querido: la seguridad de que Ucrania no ingresará en la OTAN, la anexión de todos los territorios ilegalmente ocupados, como botín de guerra, y la eliminación de las sanciones a Moscú. A cambio, Estados Unidos obtendría su acuerdo de explotación de los minerales ucranianos, una extorsión disfrazada de ayuda.

El nuevo enfoque coloca Europa en una situación crítica. Trump no oculta su enorme desprecio por la Unión, de la que opina fue creada para reducir la grandeza de Estados Unidos. Su propuesta de imponer un arancel del 25 por ciento a los productos europeos es otro ejemplo de una política que busca debilitar a sus antiguos aliados para consolidar el dominio económico y estratégico de las potencias nucleares.

Para Europa, el mensaje es claro: la época de la protección estadounidense se ha terminado. La reunión celebrada ayer en Londres y la próxima cumbre de Bruselas deberían servir para que los dirigentes europeos demuestren que están decididos a asumir la responsabilidad de su propia defensa. La autonomía estratégica ya no es cuestión de debate, sino necesidad urgente.

Mientras Trump destruye todos los puentes, Zelenski ha demostrado un valor inquebrantable. A pesar de la encerrona del despacho oval, rechazó una paz injusta que solo servirá para fortalecer a Rusia. Su postura ha despertado una oleada de solidaridad en Europa, pero los abrazos y las palabras ya no son suficientes. La Unión, Reino Unido y Canadá deben traducir su apoyo en más ayuda militar, más sanciones a Rusia y una estrategia clara para garantizar la seguridad del continente sin depender de la voluntad de un presidente estadounidense hostil y errático. El desastre diplomático del viernes pasado no sólo es un capítulo bochornoso en la historia de las relaciones transatlánticas; es –sobre todo– un punto de inflexión. A Trump no le importa sacrificar la seguridad europea para complacer a Putin. La pregunta es si Europa responderá con la determinación que la situación exige o si seguirá atrapada en la inercia de un mundo que ya no existe.

La respuesta de los líderes en Londres, ayer, es ambigua: Reino Unido anunció 2.000 millones de dólares en ayuda para comprar misiles y continuar la guerra, y los países europeos se comprometieron a mantener el esfuerzo bélico, pero contando con Estados Unidos, mientras trabajan en un plan de paz que presentarán a Trump, y que pasa por garantías sobre el terreno que deberían ser cubiertas por una coalición de voluntarios, en la que no participarán todos los países. España no lo hará, ni siquiera ha dejado claro el compromiso español para aumentar su propio gasto en seguridad y defensa. Sánchez prefiere los abrazos. Cuestan menos.

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