Opinión | Miel, limón & vinagre
Juan Bolea
Ilan Pappé, el profesor perjuro
Pappé no puede regresar a un Israel donde está clasificado como un enemigo

Ilan Pappé. / EPE
Frente al relato imperial, brutal, de Benjamin Netanyahu, en nombre de los judíos mizrajíes y ultras del Antiguo Testamento, un profesor israelí, Ilan Pappé, se esfuerza por iluminar el conflicto de Gaza con las luces de la inteligencia y de la historia.
Él mismo la enseñaba en la Universidad de Haifa, su ciudad natal (allí vino al mundo en 1954, siendo hijo de judíos alemanes que sufrieron la persecución nazi). Sus críticas contra el sionismo radical, sus guerras de conquista y ocupaciones, fueron subiendo de tono hasta que pasó a la acción, a las pancartas, a enseñar en sus clases lo que, según la doctrina y el adoctrinamiento, no debía. Expulsado por el rectorado de Haifa, tuvo que buscar trabajo en Reino Unido.
No por capricho ni porque le gustase Exeter (centro universitario donde en la actualidad imparte clases), sino porque en Jerusalén había recibido toda clase de amenazas, incluidas de muerte. Por haber apoyado boicots contra Israel, se le consideró traidor a la patria hebrea. Acusación que hoy sigue vigente. Pappé no puede regresar a un Israel donde está clasificado como un enemigo.
Desarmado, salvo de argumentos, este hombre solo pero acompañado por la razón recorre Europa advirtiendo de los peligros del supremacismo sionista. Como un deber intelectual se ha propuesto Pappé desmontar "las mentiras y falsas creencias sobre la creación de Israel", sosteniendo que el genocidio y expulsión del pueblo palestino de las tierras que les pertenecen históricamente viene urdiéndose hace mucho tiempo, y denunciando "la hipocresía europea al tachar de terrorismo la resistencia de los palestinos".
Desde su punto de vista, Israel ha venido practicando hace más de un siglo "un colonialismo de asentamientos" similar a los que se practicaron en Nueva Zelanda, Sudáfrica, Australia, Canadá o los propios Estados Unidos. Con tácticas genocidas, o de apartheid, tendentes a la eliminación parcial o total de los pueblos autóctonos, dominados o sustituidos por los recién llegados.
Así obrarían desde el minuto cero aquellos primeros grupos de judíos de Europa del este —rusos, en su mayoría—, liderados por Israel Belkind, que llegaron a la Palestina otomana en 1882, fecha del comienzo de la ‘ocupación’. Muchos huían de persecuciones y pogromos. Los palestinos que allí se encontraron no eran pastores analfabetos.
A lo largo de siglos anteriores, bajo el dominio turco, habían forjado una identidad nacional en clave panarábiga, con intelectuales al frente como Ruhi-al-Khalidi o Najib Nassar. Los primeros colonos judíos les compraron tierras con apoyo de filántropos como Rothschild. Muchas de esas propiedades eran de terratenientes ausentes que, a su vez, las habían adquirido al gobierno turco. Los judíos las cultivaron con ayuda de los propios palestinos.
El segundo paso, una vez derrumbado el imperio otomano tras la I Guerra Mundial, fue aliarse con los británicos. La Declaración Balfour (1917) reconocía a los judíos la propiedad de esas tierras de Palestina e incorporaba a su letra la filosofía del Estado de Israel soñado por Theodor Herzl en el Primer Congreso Sionista (Basilea 1897) y moldeado a principios del XX por Weizmann y el pujante movimiento sionista en Austria, Gran Bretaña y Estados Unidos.
El mandato británico sobre Palestina vino a evitar que ésta se independizase (como harían Irak en 1932, Líbano en 1943 o Siria en 1946), congelando a los palestinos en un tiempo que, sin embargo, corría aprisa para los judíos, cuya población, en vísperas de 1930, alcanzaba el 15% de aquellos bíblicos territorios.
De allí a la creación del estado de Israel (1948), a la ocupación de Cisjordania (1967) y al constante e implacable agrandamiento del territorio israelí a costa de ir reduciendo los límites y condiciones vitales de la población palestina, no hubo ya sino una solución de continuidad condenada por las monarquías árabes, pero apoyada por las democracias occidentales.
Pappé está convencido de que Israel ha decidido "completar el proceso de limpieza étnica emprendido en 1948", adueñándose de Gaza, Cisjordania, parte de Líbano y de Siria. Esto es, de lo que muchos consideran el antiguo reino de Judea traducido a las fronteras ideales de hoy, la tierra prometida al pueblo elegido.
¿Solución? Pappé no cree en esa fórmula de dos Estados apoyada por la ONU y la mayoría de la UE, sino en un solo Estado, democrático, libre y liberado de diferencias étnicas y religiosas, donde palestinos y judíos convivan en paz. ¿Utopía? Hoy por hoy, sí. Mañana Dios dirá (o quizá, mejor, que no diga nada).
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