Opinión | A babor
Etnocidio
La conquista de territorios durante el Renacimiento respondía a lógicas de anexión territorial y expansión económica y comercial que no perseguían necesariamente la eliminación cultural de los pueblos vencidos, sino su incorporación e integración, aunque esta se produjera bajo términos que hoy consideramos injustos.

Roque Aguayro abandona Nueva Canarias / José Carlos Guerra
No puede decirse que la propuesta parlamentaria de Nueva Canarias, defendida ayer en plenario por la canarista Noelia Santana, responda a la iniciativa de esconder la momia de Erques en un almacén madrileño, pero sin duda bebe del revisionismo histórico que se contamina hoy de wokismo parte del mundo científico y académico. De hecho, la iniciativa del partido de Román Rodríguez pretendía constituir una «Comisión de Verdad y Memoria Histórica», integrada por historiadores, antropólogos y expertos en patrimonio cultural, que investigue, documente y difunda la historia de los primeros canarios «desde una perspectiva decolonial», apoye la eliminación de monumentos y vestigios coloniales, cambie los nombres de calles y edificios públicos que conmemoren a figuras de la conquista –la plaza del Adelantado de La Laguna, o la Torre del Conde de San Sebastián de La Gomera, por ejemplo-, e impulse la decolonización de los museos y la repatriación e inhumación de los restos humanos y objetos sagrados que estén fuera de Canarias, o en manos privadas.
El Parlamento rechazó la aprobación de la propuesta, negando que la conquista de Canarias entre los siglos XV y XVI fuera un etnocidio, como pedía Nueva Canarias.
El término etnocidio, elegido para calificar el complejo proceso histórico –de un siglo de duración- que supuso la conquista de las islas, se refiere a la destrucción sistemática de una cultura. A diferencia del genocidio, que implica la exterminación de un grupo étnico, el etnocidio responde a una voluntad definida de aniquilar la identidad cultural, eliminando costumbres, lengua, religión y modos de vida, y sustituyéndolos por otros impuestos por un poder externo. La conquista fue sin duda un proceso violento, con enfrentamientos bélicos, sometimiento forzoso y transformación radical de la estructura social y económica de los pueblos indígenas. Sin embargo, hay factores que descartan la existencia de una voluntad etnocida. La llegada de partidas de guerra procedentes de Europa alteró profundamente la vida de los aborígenes, pero el contacto entre ambas culturas no supuso una eliminación total de sus tradiciones.
A diferencia de lo que sucedió en contextos coloniales donde la represión fue deliberada y absoluta, en Canarias se produjo un largo proceso de mestizaje que dio lugar a una sociedad híbrida, con elementos indígenas y europeos. La conservación de prácticas agrícolas y ganaderas, o la pervivencia de topónimos y términos aborígenes en el español de Canarias son prueba evidente de que no se pretendía exterminar una cultura. La asimilación de lo guanche en la sociedad colonial no fue resultado exclusivo de una política de erradicación cultural impuesta, sino también de dinámicas propias de la integración. Muchos indígenas adoptaron el cristianismo, participaron en la economía insular o se incorporaron a las estructuras de poder, de forma voluntaria o forzada, pero sin que se produjera la aniquilación sistemática de su identidad.
Ese proceso, aunque desigual y en condiciones impuestas, no se asemeja a los casos de etnocidio reconocidos, donde se han registrado la prohibición absoluta del uso de la lengua y la cultura nativas, la separación forzosa de niños de sus familias, o asesinatos masivos. Es obvio que los guanches dejaron de existir como pueblo independiente, pero también que su herencia biológica y cultural pervive en la población canaria actual. Estudios genéticos han demostrado que buena parte de la población insular conserva linajes –fundamentalmente maternos- de origen guanche, lo que implica que la transmisión cultural y biológica no fue interrumpida por la fuerza. Esto contrasta con situaciones de etnocidio real, como las políticas de asimilación forzosa aplicadas en América del Norte y Australia, donde las comunidades indígenas fueron separadas de sus raíces y obligadas a adoptar completamente otra cultura.
La historiografía ha evolucionado en su análisis del impacto de la conquista en Canarias. Es innegable la violencia, la esclavización de algunos indígenas y la imposición de nuevas estructuras de poder, pero calificar este proceso como etnocidio es trivializar, simplificándolo, un fenómeno mucho más complejo, radical y violento. La conquista de territorios durante el Renacimiento respondía a lógicas de anexión territorial y expansión económica y comercial que no perseguían necesariamente la eliminación cultural de los pueblos vencidos, sino su incorporación e integración, aunque esta se produjera bajo términos que hoy consideramos injustos.
El pasado es un país extranjero, juzgarlo desde la moralidad y los códigos del presente conduce al error de no entender lo que realmente sucedió. Por eso hay que aplaudir que el Parlamento regional evitara ayer un nuevo episodio de simplificación populista de la historia. Lo que no logro entender es por qué el PSOE se abstuvo.
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