Opinión

¿Fue o no provocada la guerra de Ucrania?

Las últimas declaraciones de Donald Trump, corresponsabilizando, por el contrario, a la víctima y tachando para colmo de «dictador» al presidente ucraniano suenan a su vez a provocación y no han hecho sino avivar el debate

Dos soldados ucranianos junto a las minas que han extraido en un punto de la región de Jarkiv.

Dos soldados ucranianos junto a las minas que han extraido en un punto de la región de Jarkiv. / Vyacheslav Madiyevskyy Europa Press

Que la guerra de Ucrania fuese consecuencia de las ansias imperialistas del presidente Putin y no la reacción de una Rusia ninguneada por EEUU y que veía cómo la OTAN, frente a lo prometido, llegaba a sus mismas fronteras, divide desde hace tiempo a los espíritus.

En todos nuestros medios de comunicación, cada vez que se habla de esa guerra, se le antepone la palabra «provocada».

Y las últimas declaraciones de Donald Trump, corresponsabilizando, por el contrario, a la víctima y tachando para colmo de «dictador» al presidente ucraniano suenan a su vez a provocación y no han hecho sino avivar el debate.

Es siempre parte de la propaganda de guerra culpar exclusivamente al enemigo, en lugar de tratar de explicar sus motivos, algo que ayuda a entender mejor lo que sucede y a encontrar eventualmente una solución diplomática para parar la masacre.

Y esto último es lo que se propuso el periodista norteamericano Scott Horton en un libro de cerca de 700 páginas publicado por el Libertarian Institute, de EEUU.

Titulado en inglés Provoked (Provocada) , el libro, que lleva el subtítulo de «De cómo EEUU comenzó la nueva Guerra Fría con Rusia y la catástrofe ucraniana», explica cómo la que los propios gobernantes norteamericanos han reconocido como una «guerra por procuración» no puede entenderse sin la vieja «rusofobia» occidental, sobre todo la anglosajona.

Horton documenta amplia y convincentemente el camino hacia la guerra emprendido por varias presidencias de Estados Unidos y no sólo la última de Joe Biden para debilitar a una Rusia que aspiraba a ser tratada de igual a igual por Washington.

El libro está dedicado, entre otros, al fallecido Daniel Ellsberg, el filtrador al New York Times de los «papeles del Pentágono», que revelaron al público estadounidense que no se ganaría la guerra del Vietnam y que su continuación llevaría a muchas más víctimas norteamericanas de las que admitía entonces el Gobierno.

¿No recuerda esto a lo que sucede actualmente con la guerra de Ucrania entre dos países demográfica, económica y militarmente muy desiguales y de la que algunos pronosticaron ya desde el principio que por muchas armas que enviara la OTAN, el país invadido nunca podría ganar?

Entre las abundantísimas y esclarecedoras citas del libro está una muy esclarecedora del que fue consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, según el cual «Europa es una cabeza de puente esencial de EEUU en el continente euroasiático».

Si los británicos favorecieron en su momento la expansión de la OTAN a los países del Este, ello serviría, según Brzezinski, para «diluir» la unidad europea. Alemania estaría feliz de «asumir el papel de subcontratista de EEUU en el continente y dominar la Europa del Este».

Pero Horton alerta en su libro de las consecuencias negativas que el conflicto ucraniano y el boicot a la Rusia de Putin decidido en su día por la Casa Blanca de Biden tendría para la superpotencia en el llamado Sur global.

Ninguneados ahora por Trump, a quien muchos ya califican de «títere de Putin», los europeos han decidido redoblar la apuesta militar en la falsa ilusión de que podrán ayudar a Kiev a mejorar su posición negociadora frente al Kremlin. Las palabras «paz» y «diplomacia» han desaparecido de su vocabulario.

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