Opinión | A babor
Alemania
La CDU de Friedrich Merz ganó las elecciones con casi un 30 por ciento de los votos, según los sondeos a pie de urna

El líder de la CDU, Friedrich Merz. / FILIP SINGER / EFE
Alemania habló ayer. O quizá lo que hizo fue emitir un pronóstico de lo que le espera a la Europa desvencijada en la que vivimos, en medio de su depresión económica y su crisis de identidad. La CDU de Friedrich Merz ganó las elecciones con casi un 30 por ciento de los votos, según los sondeos a pie de urna. No es precisamente un resultado arrasador, pero en estos tiempos de fragmentación política, basta para erigirse en la gran esperanza blanca del establishment europeo. Detrás, a escasos nueve puntos, la ultraderecha de AfD, que no solo ha roto su techo histórico con un 20 por ciento –uno de cada cinco electores se pronunció a favor de la ultraderecha–, sino que además se ha consolidado como alternativa para ese sector de la ciudadanía hastiado de pagar con los impuestos del país los juegos florales de Bruselas.
El resultado de los fachas aterroriza a la Europa que se ha pasado ochenta años presumiendo de sociedad abierta y que ahora se descubre insomne ante su propia crisis existencial. La Alemania que fue el modelo del orden posterior a la derrota de Hitler frente a los aliados, la que exportó velozmente los principios de democracia y prosperidad hacia el Este tras la caída del Muro, aparece hoy como una nación en estado de shock. Dos años de recesión, con un tercero en el horizonte, la industria ahogada por los coches eléctricos chinos, y tras la guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia, los precios de la energía por las nubes. Mientras la economía se desploma, los alemanes miran con cada vez más desenvuelta desconfianza el avance de una inmigración descontrolada que les hace preguntarse qué queda de la vieja y próspera nación de buenos y honestos trabajadores. En esa creciente atmósfera de desesperanza, los de AfD han sabido recoger el miedo y la ansiedad identitaria, rascando votos en la simpatía por Rusia que sigue latente en las provincias prusianas, y demostrando que el viraje que vivimos es planetario. Por eso el otro gran protagonista de estas elecciones es el rey Trump. Sus juglares han hecho campaña abierta por la AfD, decididos a contribuir al desmantelamiento del proyecto europeo tal y como lo conocemos. Que un partido que coquetea con la ideología del espacio vital supere en votos a la socialdemocracia y se acerque cada vez más al poder en la economía más grande de la Unión es sin duda un cambio de tendencia a tener en cuenta.
Por supuesto, la primera solución que se apunta es una gran coalición entre la CDU-CSU y el SPD del saliente Olaf Scholz, el hombre que ha hecho de la inoperancia una forma de arte. Quizá también puedan sumarse los Verdes, si no son vetados por los bávaros socialcristianos, colegas derechistas del futuro canciller Merz. Así, cuanto más complejo sea el gobierno, más difícil será implementar cualquier reforma y más sencillo para los radicalfachas explotar la manida y recurrente idea podemita de que las élites marginan al pueblo.
Friedrich Merz, el hombre fuerte del futuro gobierno, ha prometido lo que toca en el manual: más dureza con la inmigración, recortar la burocracia y bajar los impuestos. Pero su reto está a años luz de estas cuestiones domésticas. Después de la duda hecha carne del socialdemócrata Sholz, y con Macron amortizado en Francia tras perder elección tras elección, Europa necesita de forma apremiante que haya un líder fuerte en Berlín. Por desgracia, Merz no parece ni de lejos el nuevo Elmut Kolh capaz de despertar al continente y salvarlo del caos. Sin embargo, Alemania no tiene otra opción que asumir el liderazgo político, económico y militar que Europa precisa si quiere sobrevivir en un mundo donde la legalidad, el respeto a los tratados y las alianzas tradicionales ya no valen nada. Lo que se nos viene encima no va a ser sólo un ajuste arancelario, una pequeña revoltura económica, sino una transformación radical del modelo surgido con el Tratado de Roma. La receta para hacer frente al drama es obvia: aumento masivo del gasto en Defensa y Seguridad y –por tanto– recortes brutales en el gasto social. Paso a los cañones, freno a la mantequilla. Ahí es donde Europa se juega el futuro, y donde líderes como Sánchez no podrán escaquearse esta vez con palabrerío y sonrisas: Bruselas le apretará las tuercas si mantiene su resistencia al rearme.
Mientras Europa envejece, se empobrece y se enreda en su propia telaraña burocrática, Sánchez y sus colegas posan en el Elíseo su preocupante decadencia. Los resultados alemanes son meridianamente claros: o la política moderada y responsable toma de nuevo el mando, o el barco se hundirá con todos a bordo.
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