Opinión | La Calle Nueva

Cien años de Martín

En aquel tiempo Chirino estaba en Tenerife poniendo punto final a una de las grandes piezas que dejó en Canarias

El escultor Martín Chirino, con su pieza ‘Jano’ (2000).

El escultor Martín Chirino, con su pieza ‘Jano’ (2000). / Agencias

Cuando mi padre y yo creíamos que todo el monte era orégano fue a almorzar a mi casa Martín Chirino, el gran artista canario que hizo universal su nombre y legendaria su pasión por la escultura.

En aquel tiempo Chirino estaba en Tenerife poniendo punto y final a una de las grandes piezas que dejó en Canarias. Fue la Lady que está ante el Colegio de Arquitectos de Santa Cruz, junto a un barranco como aquel en el que nos vino a ver cuando yo era un muchacho y mi padre arrastraba la vergüenza que produce la ruina.

Martin era ya, para nosotros, los jóvenes, un maestro al que, además, sus amigos lo llamaban master, en inglés, pues anglosajones eran sus contactos y sus sueños. Era un hombre extraordinario, que llegó casi a los cien años (que ahora se cumplen) perfectamente lúcido, viviendo en sus pasiones o cerca de sus pasiones, que fueron el arte, la música y la conversación. La curiosidad, culta, entera, siempre alerta, fue su gran ventaja sobre otros contemporáneos que creían haber llegado al fondo del saber y estaban aún en las postrimerías de la ignorancia.

Chirino, así lo llamábamos todos cuando estaba fuera de foco pues en persona era Martín, con acento o sin acento, fue un benefactor, un ser humano que acogía a otros seres humanos, para alentarlos, e incluso para darles cobijo. Fernando Delgado, nuestro querido amigo, vivió en su casa de San Sebastián de los Reyes, y allí lo vi cuando íbamos con José Luis Fajardo a ver a Martín y a su familia.

La casa de Martín Chirino y de Margarita, y de su hija Marta, artista también, que ahora es la presidenta de su fundación, estaba al fondo de una de esas calles de barrio de las afueras que parecía, a veces, cuando llovía, un lodazal que sorteábamos como niños en la playa. Aquella casa, una maravilla, fue diseñada por Antonio xxx, de los grandes de la época.

Aquellos viajes, que eran los de quienes buscábamos en la veteranía noticias del futuro, nos llevaron a conocer, gracias a Chirino, que casi todo lo que él sabía pasaba fácilmente a ser patrimonio de cualquiera de los que lo rodeábamos. A lo largo del tiempo aquel hombre al que veíamos cumplir cada día con la obligación de mejorar su arte, y en el caso de aquella larga estancia en Tenerife, de dedicarse por entero a la Lady como si fuera una persona, se hizo imprescindible en nuestras citas, en nuestras pasiones como periodistas o como pintores o como artistas de cualquier disciplina.

Su pasión era, y lo fue hasta el final de sus días, hasta su último suspiro, la amistad. Cuando trabajó al frente del Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuando edificó con sus ideas la impresionante tarea que ahora se llama CAAM en Gran Canaria, cuando se puso a trabajar para que fuera grande aquella Exposición de Escultura en la Calle que se montó en Tenerife…, siempre estaba aquel Martín Chireno creando leyenda y realidad, ayudando a sus amigos Westerdahl y Pérez Minik a sentir que su legendaria labor previa a la guerra civil podía revivir algún día gracias a su ejemplo y al que Chirino nos estaba dando.

Fueron años decisivos y tiempos difíciles, pero imprescindibles para entender que aquel tiempo pasado, ay, debe añorarse no para repetirlo, pero sí para respetarlo. En medio de ese episodio precioso de vida cerca de Martín, de su familia, de su pasión y de su generosidad, aquel hombre vino a mi casa y mi madre le preparó, era lo que siempre nos daba, unos huevitos fritos.

Recuerdo que mi padre se me acercó, convencido de que aquel hombre era lo que parecía, una persona generosa. Entonces fue cuando me dijo que le pidiera un favor. Yo no estaba entonces en el periodo actual, cuando tengo más vergüenza que nunca de mi mismo, y le trasladé al maestro lo que para mi padre era perentorio.

El resultado fue una muestra emocionante de la solidaridad de Chirino, que yo terminé de agradecer cuando recibí las primeras pagas que me hizo EL DÍA. Ahora somos nosotros, los canarios, los que le debemos a Chirino la gratitud por todo lo que hizo, no sólo en el ámbito de lo rabiosamente humano, que fue muchísimo, sino en la construcción de un imaginario cultural, universal, canario, que nos hizo mejor a todos, porque regaló paisaje, espacios, arte, que hicieron más atrevidas, culturalmente, las islas en las que nació.

La palabra generosidad no está puesta ahí porque sí, porque ya se sabe que se pone y se olvida. Y en este caso no se debe olvidar que a veces los pueblos no cumplen con el deber de gratitud a los artistas que nos hicieron mejores.

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