Opinión | El recorte

El hundimiento

El hundimiento del Tenerife ahora es plenamente coherente con una isla timorata, donde muchos roncan y pocos sueñan. Grande, aquí, ya solo queda el Teide

Paulino Rivero, presidente del CD Tenerife.

Paulino Rivero, presidente del CD Tenerife. / Andrés Gutiérrez

Paulino Rivero, una vez más, demuestra que sigue siendo capaz de innovar y sorprender. Ha anunciado que renuncia a la presidencia del Tenerife porque no está de a cuerdo en cómo se lleva el Tenerife. Como si Pedro Sánchez anunciara que dimite como presidente del Gobierno porque su gestión es un desastre. Lo único que explica ese surrealismo imposible es que un presidente de fútbol es como un jarrón chino y un presidente de Gobierno sí tiene mando en plaza.

El equipo de fútbol con el que se sienten identificados miles de tinerfeños va camino del patio de los cangrejos. Cuesta abajo y sin frenos. Y el problema no es, como dicen algunos, el follón empresarial que tienen montado en la sociedad y una deuda que se la come por las patas. El problema son los resultados. Si el equipo estuviera al borde del ascenso y sus partidos se contaran por triunfos, no se habría montado el cirio pascual al que estamos asistiendo. Como ya se sabe, el éxito tiene muchos progenitores pero el fracaso suele ser un huérfano.

Creo que fue Javier Pérez el que dijo una vez que un equipo de fútbol con el mayor presupuesto y la mejor plantilla no tiene asegurado ganar la liga, pero que uno con el menor presupuesto y los peores jugadores tiene bastante seguro que va a descender. Para hacer el diagnóstico deportivo del Tenerife no hace falta quedarse calvos: va a bajar de categoría, a los infiernos de la tercera división, que ahora creo que se llama primera federación, porque es incapaz de ganar partidos.

Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Entre otras cosas porque son los que votaron. De igual forma se puede decir que la isla de Tenerife tiene el equipo que se ha ganado a pulso. Mucho hablar de la importancia publicitaria del fútbol y del hondo sentimiento de amor que se siente por los colores, pero a la hora de meter la mano en el bolsillo no encuentras más que unos pocos empresarios que no tienen, como el común de los de esta tierra, telarañas en la cartera.

Si hubiéramos querido tener un equipo en primera división se tendrían que haber hecho las cosas de una manera totalmente distinta. Para pensar a lo grande hay que apostar a lo grande. Pero lo nuestro, irremediablemente, es la mediocridad. Después de vivir un tiempo de ensueño en la primera división, con partidos épicos y el «hermanos para siempre» de los catalanes agradecidos por habernos convertido en los involuntarios verdugos de los merengues, hemos acabado con el naufragio de un proyecto deportivo que tiene grandes posibilidades de acabar difunto. No será fácil sostener una sociedad endeudada en una categoría que apenas mueve ingresos por publicidad.

Pérez fue el último presidente que entendió que el negocio del fútbol es el espectáculo. Que el mejor entrenador del mundo era Jorge Valdano simplemente porque era el más mediático. Que el saco de dinero de la televisión estaba en la primera división, costara lo que costara. Y que la gente se arrima al éxito y se aleja de los fracasos como de la pintura fresca. El hundimiento del Tenerife ahora es plenamente coherente con una isla timorata, donde muchos roncan y pocos sueñan. Grande, aquí, ya solo queda el Teide.

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