Opinión | El recorte

Al final de la cadena

Un hombre saca dinero de un cajero automático.

Un hombre saca dinero de un cajero automático. / David Zorrakino

Un importante sector de la población saludó con alegría el anuncio de que a los bancos se les iba a cascar un impuesto especial. Porque a los bancos, vamos a ser sinceros, se les tiene muchas ganas. Y porque, además, ¿qué puede haber más justo que cobrarle más los ricos?

Han salido ya los resultados de la banca española del año pasado. Al final del ejercicio, el impuesto especial que le han clavado a las entidades financieras recaudó unos 1.695 millones de euros. ¡Fantástico! Pero al mismo tiempo los datos nos revelan que la banca española tuvo unos beneficios récord que superaron los 31.000 millones de euros. Han pagado más impuestos que nunca y han ganado más dinero que nunca. ¿Cómo puede ser eso? Tal vez porque las comisiones bancarias subieron de media el año pasado la friolera de un 12%.

A la banca le subieron la presión fiscal pero para sacudírsela de encima solo tuvo que repercutirlo en los clientes. O lo que es lo mismo, que quienes han pagado el impuesto especial a la banca han sido los ciudadanos en sus créditos, hipotecas y comisiones. El Gobierno solo ha utilizado un intermediario para seguir exprimiendo como un limón a los ciudadanos. Y solo falta saber si este proceso ha sido consciente a inconsciente. Si se han confabulado para asaltarnos el bolsillo o solo es fruto de la incompetencia nacional.

Las entidades financieras se han convertido en una extensión de la larga mano de Hacienda. El proyecto de la eliminación del dinero en efectivo pasa inexorablemente por ellas. Son las principales aliadas y los instrumentos de los gobiernos europeos. Un ciudadano europeo del siglo XXI no puede moverse si no tiene al menos una cuenta bancaria y tarjetas de crédito asociadas a esa cuenta. Nos obligan a tener nuestras nóminas domiciliadas. A tener depósitos que pueden ser fácilmente embargados. Y a disponer de tarjetas a través de las que pueden saber cuánto gastamos y dónde.

Despierten. Ya no nos permiten hacer pagos en efectivo superiores a mil euros. Da igual que sea un dinero legalmente obtenido. Si quiere hacer una transacción superior a esa cantidad está obligado a dejar huella electrónica, para que los algoritmos puedan integrarla en su siniestro control. Las dificultades y limitaciones para retirar efectivo que nos ponen los bancos, un día sí y otro también, hace pensar que el dinero que hemos dejado en depósito ha dejado de ser nuestro. Y es solo el primer paso hacia la desaparición de los billetes de curso legal. Hasta en las noticias de los medios de comunicación se afirma, con un claro tono de reproche, que en tal o cual registro se le encontró a tal o cual persona ocho o diez mil euros en efectivo. Como si fuera un delito. Como si estuviera mal visto que alguien tuviera su dinero en su casa.

Lenta e inexorablemente se está cerrando el cepo sobre las libertades. Y de todas, una de las más importante es la financiera. Quieren que utilicemos el dinero de plástico, el electrónico, que se puede controlar a través de los ordenadores. Y para eso utilizan hoy las entidades bancarias, que son las principales aliadas de los gobiernos. Con el aplauso de millones de ilusos, una gente tan simple que podría considerarse plenamente mentecata, imponen impuestos especiales a las compañías de aviación, que pagan los viajeros; a las eléctricas, que pagan las familias en sus recibos o a unos bancos que cada vez pagan más pero ganan más. Al final de la cadena siempre está el de siempre. ¿Quién? Mírense al espejo.

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