Opinión | Risas y fiestas

Icebergs

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Icebergs / El Día

Desde hace unas semanas, mi rutina mañanera es esta: me levanto, me hago el desayuno y el café y me siento en el sillón a ver durante un ratito corto vídeos de icebergs de videojuegos. Me relaja muchísimo saber que, mientras suceden tantas cosas, mientras la realidad nos escacha tanto con sus pesos varios, una tiene la oportunidad de irse momentáneamente a otra realidad que además puede ser pensada, aumentada, complejizada. Los icebergs son formas de recopilar información sobre algo en internet: un compendio de datos, teorías, conspiraciones, curiosidades, detalles… que se ordena de menor a mayor profundidad. Es decir, de menos rebuscado a más rebuscado, de más superficial (la punta del iceberg) a más oscuro (las profundidades del iceberg). Lo que sucede cuando alguien te explica un iceberg es que te ves inmersa en una narración caótica, fragmentaria, que sabes que te irá fascinando más a medida que avance: no sé qué tenemos las personas con lo ascendente, con lo acumulativo, pero la mayoría de las cosas que nos apasionan siguen esta estructura que es, claro, narrativa.

¿Por qué me gustan tanto los vídeos que explican icebergs? Parte de lo que me apasiona de la narrativa de los videojuegos es que muchas veces tiene que ser explicada. Creo que esto es algo que está presente en todas las formas de narrativa, pero, con los videojuegos, las interpretaciones son abiertas e informales, hay muchísimo contenido al que puedes acercarte desde una ligereza que resulta interesantísima. Y la gente conspira, crea, imagina: quizá esto nace de haberles exigido más a algunos juegos, de haber pasado tantísimas otras dentro de otros mundos cuya historia necesitábamos que fuera más complicada, de haber sacado de quicio algunos detalles como esa lucecita que brilla por aquí y de dónde vendrá, eh. Y quizá esto ha sido aprovechado por muchos estudios, quizá por eso hay a la vez tantos detalles oscuros e inexplicables en juegos esperando que llegue alguien y les haga un vídeo de YouTube y tanta gente acabe mordiendo las tostadas delante del ordenador fascinada porque el mundo a través del que escapas del mundo no termina donde tú creías que terminaba.

Quizá también lo siento como una especie de narrativa privada. No es privada, de hecho lo divertido es lo mainstream que es. Pero se esconde de las lógicas que les inyectamos a los libros. No se rige por ciertas pretenciosidades a las que nos vemos obligadas cuando queremos hablar sobre una historia escrita que nos gusta. Todo está más desnudo y, supongo, más fresco: nadie ha manoseado esos datos con el ansia de que lleguen más allá del juego mismo o de que la profundidad del iceberg sea la profundidad de la existencia misma. Lo es de esa existencia. Si has cogido gemas en Spyro corriendo con la cabeza agachada y las patas rápidas rápidas, me entiendes.

Lo importante para mí es: las ficciones son un refugio. No son un escape, porque lo interesante de la ficción es que acaba siendo una ventana por la que juroneamos nuestra propia existencia, nuestro propio yo. ¿Qué nos emociona del viaje del héroe de Kingdom Hearts? Que nos revela lo que significan el dolor y la amistad, que nos ayuda a dolernos mejor y amar mejor. Pero eso es tal vez lo que implica un refugio. Un lugar en el que todo se vuelve más pequeño, más manejable, en el que todo se viste con otras ropas pero sigue estando ahí para cuando nos apetezca salir de nuevo: y nos sigue hablando, y nos sigue atravesando. Las ficciones escapistas son un descanso, no una anestesia. Y entonces, ¿por qué me gustan tanto los vídeos que explican icebergs, por qué me guardo en ellos doblada como un pañuelo lleno de mocos y quiero que se me agrande ese universo hasta que me parezca tan real como este en el que vivo? ¿Por qué me gusta poder sentir, a base de datos y datos y lore y lore, que podría mudarme a mi isla de Animal Crossing si quisiera?

Porque ocurre algo que me resulta muy hermoso. Las ficciones simplifican las cosas de la vida, sí, las hacen caber en la palma de una mano o, al menos, en unas veinte horas de enviciadera. Y a la vez, mejoran la vida. Nos hacen verle más colores. No son mundos aislados del mundo, paralelos. Son mundos dentro del mundo. Leer un libro es vivir un libro, porque el libro existe entre tus manos y necesitamos historias para sostenernos. Jugar a un videojuego es vivir un videojuego, porque visitar lugares imaginarios es tan importante como visitar lugares reales. A veces, me choca darme cuenta de todo lo que, en un día normal, tiene que ver con las historias: ¿cuántos rituales narrativos emprendes, recuerdas, te atrapan, en una mañana? ¿Tener una conversación no es leer, jugar, escribir, imaginar? No se escapa con la ficción: se está, se aterriza, se existe.

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