Opinión | El recorte
La tercera en la frente

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump / Europa Press/Contacto/Aaron Schwartz
Los impuestos son robos absolutamente legales con los que se alimenta el Estado. Unos son fáciles de ver. Otros están mejor camuflados. Los trabajadores son conscientes del dinero que les quitan de sus salarios. Y los empresarios saben lo que pagan de sus beneficios. Pero además de eso hay impuestos que no se ven: los que gravan el consumo. Pagas al Estado por la casa en la que vives, por lo que comes, por lo que bebes, por la ropa que compras, por la luz, por la gasolina... Y además de todo eso tienes que seguir pagando tasas e impuestos locales por otra serie de servicios comunitarios.
Entre los muchos impuestos invisibles para el consumidor están los aranceles, que son más impuestos aduaneros que se imponen a las mercancías en los intercambios comerciales entre países. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere que las industrias que venden en territorio norteamericano instalen allí sus centros de producción; por eso ha decidido cargar con impuestos a las importaciones, para encarecer los productos y castigarlos en su mercado. El problema es que con eso también castiga a los consumidores. O sea, a sus propios ciudadanos.
Las experiencias proteccionistas nunca han salido demasiado bien así que no le auguro un gran éxito al delirante presidente. Pero lo que causa risa es la reacción de la Unión Europea ante la guerra arancelaria. Los políticos europeos, de golpe y porrazo, se han vuelto librecambistas. Consideran la medida de Trump una agresión y defienden que es el comercio entre países lo que ha hecho progresar al mundo. Cosa que es cierta, aunque lo digan ellos.
Europa lleva años puteando de todas las maneras posibles las importaciones de coches eléctricos chinos. Lo que incluye, además de hacer todo tipo de trampas con las homologaciones, sacarles los ojos con impuestos aduaneros de hasta el 30%. Además, durante muchos años los países de la Unión, y entre ellos especialmente España, han estado poniendo aranceles a los productos agrícolas latinoamericanos que querían entrar en el mercado comunitario. Para proteger las producciones propias además de doparlas con subvenciones cargaban de impuestos a los competidores. Europa carece de legitimidad para dar lecciones sobre lo malo que es el proteccionismo.
«Veo muchos coches europeos en Estados Unidos, pero no veo ninguno americano en Europa». La frase es de Trump y es impecable, porque es verdad. El problema es que distorsionar el comercio a martillazos fiscales suele resultar fatal. Se arriesga a aislar a su país creando un club de damnificados, como China, India, Canadá, Méjico, los países miembros de la Unión Europea o Sudamérica, ahora incentivados para formar un frente común. En cualquier caso, va a disparar el empobrecimiento y complicar la vida de mucha gente en todo el planeta porque siempre es una mala idea arreglar un reloj a martillazos.
Definitivamente parece que este siglo está gafado. Hemos sobrevivido por los pelos a dos grandes crisis económicas que dejaron a mucha gente en la cuneta. Pero por si no ha sido bastante, puede que tengamos que enfrentar una tercera. Vienen curvas. Otra vez.
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