Opinión | Retiro lo escrito
Todos lo sabemos

El president de EEUU, Donald Trump / Andrew Leyden/ZUMA Press Wire/dp / DPA
Me pregunto si tiene algún interés que un muy menor articulista de un periódico ultraperiférico hable de Donad Trump y el comienzo de su reinado. Probablemente no. Pero es tan fascinante y, a su manera, concluyente. A este tipo le ha tocado ser el capitán del naufragio de los valores democráticos y liberales que alguna vez creímos indestructibles. El apocalipsis será color naranja. No tendrá uno demasiado que decir, pero lo que no se puede seguir soportando con resignación es eso de que Trump es un tarado, un estúpido, un memo que no tiene idea de nada. Al menos caben dudas razonables. Es un sujeto que en cuatro años se ha librado de decenas de procesos judiciales, no se le metió en la cárcel pese a instigar a un golpe de Estado, ha controlado y tiene en un puño al Partido Republicano, ganó ampliamente las elecciones presidenciales y en las semanas previas a su juramento multiplicó su fortuna gracias a una moneda virtual, de manera que ahora mismo figura entre los 25 hombres más ricos del planeta. Sospecho que esta relación de hechos no define precisamente a un tolete. Esa mala costumbre democrática de despreciar infinitamente a dictadores y personalidades autoritarias. Me recuerda la insistencia legendaria en presentar a Franco como un tarado que se creía un hombre providencial, cuando solo había tenido buena suerte, pero ¿acaso cabe algo más providencial que cuarenta años ininterrumpidos de buena suerte? Trump es un delincuente, un farsante inescrupuloso, un anciano narcisista y maligno, un individuo que desprecia las mejores tradiciones políticas del país, los derechos democráticos, el control del poder y la primacía de la ley, aunque no otras. Donald Trump sería muy parecido a Andrew Jackson si el presidente Jackson hubiera sido un sinvergüenza infinitamente falaz y corrupto.
Seamos sinceros. Todos sabemos aproximadamente las razones de la victoria de Trump y el creciente éxito de movimientos ultraderechistas en Europa. Es más o menos sencillo: las cosas no funcionan para la mayoría. Ni matándote a trabajar vives –cuando puedes vivir un rato– razonablemente bien. Los servicios públicos funcionan cada vez peor. La promesa de la prosperidad ya no resiste un embate más de la realidad. En todas partes, pero especialmente en Europa, montar una empresa o presentarse a un concurso público representa una monstruosidad laberíntica: la burocracia te ahoga en un océano de papel, las exigencias reglamentarias son interminables, la rentabilidad queda comprometida de inmediato. La vivienda se ha trasformado en un lujo asiático. El Gobierno de Pedro Sánchez –por citar a España– considera un éxito pagarle el autobús a los ciudadanos o aumentar el número ayudas sociales y que la clase media "pueda comer pescado" (Yolanda Díaz). Millones de estadounidenses consideran que sus valores morales y familiares están en peligro y, por escandaloso que resulte decirlo, no les falta razón, porque la democracia gestiona tarde y mal las complejidades de la pluralidad –también cultural y religiosa, de hábitos y costumbres– de la que se enorgullece. Las grandes migraciones están impulsadas por la pobreza y la guerra y son recibidas con desconfianza, temor o irritación. El diálogo en el espacio público –índice para valorar la salud democrática– prácticamente ha desaparecido. Ya ni siquiera se tiene el mínimo respeto epistemológico por los hechos: han sido sustituidas por las opiniones.
Lo sabemos. Vaya si lo sabemos. Trump no es una solución, pero ofrece alivios físicos y simbólicos. Alivios fugaces, superficiales, engañosos. Porque Trump y los suyos –una reducidísima élite de multimillonarios a los que se pliegan los riquísimos de toda la vida– vienen a asaltar la democracia, vaciarla y construir un nuevo sistema que tolere un nuevo capitalismo depredador e incontrolado hasta el fin de la Tierra.
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