Opinión | Tal cual
Pablo Paz
La decadencia de Europa

Archivo - El presidente de EEUU, Donald Trump / ERIN SCHAFF / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO - Archivo
No hace falta que Trump nos recuerde que Europa está en decadencia. Eso se venía venir. Está claro que existe una crisis de identidad que recorre Occidente y que pone en peligro nuestra propia idiosincrasia. Esta decadencia conlleva una crisis económica de la que no sabemos cómo salir. Europa ha dejado de ser relevante desde el punto de vista político y militar –ante cualquier conflicto (véase Ucrania o Venezuela) siempre se pone de perfil– y, por supuesto, económico. De hecho, los datos lo reflejan: en apenas 30 años, el peso de la UE en el PIB mundial ha pasado del 23 % al 14 %. Es evidente que necesitamos de una regulación más flexible para ganar competitividad.
Durante algún tiempo hemos visto a Europa como modelo de democracia, de libertad, disciplina y trabajo. Sin embargo, debido a los muchos errores cometidos últimamente, hemos dejado de serlo. Proliferan los partidos extremistas, e incluso los que se oponen a la propia existencia de la Unión Europea. No obstante, no toda la culpa la tienen los políticos; mucha la tienen también los ciudadanos que son quienes los eligen.
Europa ha dejado de ser la potencia económica, militar, científica y tecnológica de la que tanto hemos presumido. Económicamente, la prosperidad europea se basaba principalmente en la gran industria automovilística, a la que hemos renunciado de manera irresponsable y absurda; así como en el gas ruso, que hasta ahora lo comprábamos a bajo precio. En parte, esto se debe al conflicto entre Rusia y Ucrania. De igual manera, nos ha afectado la reducción de exportaciones del mercado chino, con el que ya no comerciamos como antes. Además, hemos reducido cada vez más nuestra inversión en armamento y, de manera irresponsable, hemos dejado nuestra seguridad en mano de los Estados Unidos. Mientras que la mayoría de los países europeos no llega al 2 % de su PIB en gasto Militar, Arabia Saudí destina un 8 %, Israel un 5,3 % y la propia USA el 3,4 %.
Por otra parte, ahora nos hemos dado cuenta de las nefastas consecuencias de ciertas decisiones que los gobiernos europeos han adoptado y cuyos resultados han jugado en nuestra contra: abrir los brazos a la inmigración, sin restricciones y sin saber con qué intenciones llegan quienes quieren residir entre nosotros, no es una buena idea. Apostar por un gasto desmesurado y sin control entorno al cambio climático, nos ha llevado a transitar, de manera peligrosa e irresponsable, de los combustibles fósiles al sol y al viento, como si el cambio climático fuera un problema de voluntad, y no, como es evidente, una cuestión de viabilidad económica. Otro inmenso error ha sido pretender mantener el estado del bienestar sin tener en cuenta el número de hijos necesarios para sostener la pirámide generacional, sin la cual no funciona ningún modelo económico conocido hasta ahora.
Europa ha renunciado a la energía nuclear en un acto irresponsable e irracional. La energía nuclear no solo está libre de gases de efecto invernadero, siendo por tanto necesario si queremos prescindir de los combustibles fósiles, sino que además es una de las energías más estables, confiables, limpias y eficientes que existen, con un 92,5 % de rendimiento. En comparación, la solar tiene un 24, 9 %, el viento un 35,4 %, el petróleo un 40,2 %, el gas un 56,6 % y la geotérmica con el 74,3 %. Es evidente que la energía nuclear tiene una mala prensa, en gran parte debido a los activistas climáticos que, en su mayoría, apuestan por el hidrógeno para transformar la red energética. Sin embargo, este cambio no es sencillo, ya que no existen las infraestructuras físicas ni económicas suficientes para garantizar la viabilidad técnica necesaria como para su implementación.
Al mismo tiempo, Europa ha apostado por la ideología woke y es evidente que se ha equivocado, aunque aún no sea consciente del inmenso error que esta decisión está provocando. Si bien esta ideología nació con la intención de combatir las injusticias sociales, ha derivado en una actitud y en un pensamiento esencialmente intolerantes. De hecho, ahora insisten en que elegir sentirse hombre o mujer es una cuestión personal o cultural y no biológica. Es una corriente antidemocrática que juzga a los demás en función de su raza o de su origen, y que antepone los deseos personales a la realidad objetiva. Este movimiento no cree en la verdad, pues cada individuo considera que su propio testimonio está por encima de los hechos. Además de ser elitista, se aferra a un buenismo malentendido, adopta el papel de víctima, y manipula el sentido de las palabras, vaciándolas de contenido, pero llenándolas de una emoción sensiblera. Pretende sustituir la lucha de clase por la lucha de identidades, y todo ello nos está llevando al hundimiento moral e intelectual de Europa.
Nos obligan a ser políticamente correctos, a costa de que renunciemos a nuestros principios y que le demos la espalda a nuestra historia. Y así nos va.
macost33@gmail.com
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