Opinión | Curva a la izquierda

Seguros. Lo seguimos consintiendo

Seguros. Lo seguimos consintiendo

Seguros. Lo seguimos consintiendo / ED

Es difícil encontrarte con alguien que hable bien de los seguros, lo que en sí mismo no deja de ser contradictorio. Esta dinámica de vida nos sitúa en una espiral de contrataciones «obligatorias» que, curiosamente, en lugar de darnos tranquilidad, marida muy malamente con ella. Lo que debería ser un escudo contra la adversidad se convierte con demasiada frecuencia en un laberinto de trabas y trampas fatigosamente esquivables. Especialmente, cuando se trata de cumplir con lo prometido. ¡Qué cansinos!

Dígame que no es una «cuesta arriba», hasta el simple hecho de intentar contactar con esa compañía que ha contratado «online». Que no tiene oficinas. Ni persona física que puedas ir a ver ni nadie que te escuche con un poco de empatía o, en el mejor de los casos, te confiesa –ante lo que le estás planteando y que humanamente comprende- que está atado de pies y manos, con lo que poco o nada puede resolverte. Estos seguros en los que todo es «online» nos desquician aún más, diría que mucho más que los que cuentan con corredores de calle, con caras y números de teléfono que no te hacen marcar tu DNI cincuenta veces, ni repetir tu nombre y apellidos o la dirección, otras tantas. Y todo por ahorrarnos unos eurillos.

Nos prometen seguridad y tranquilidad, pero la realidad es muy distinta. Y es que esa protección tiene que ser de verdad. A mí, que me revientan las excusas, esa capacidad que tienen para marear la perdiz hasta que te aburras y dejes de dar la matraca me encabrona soberanamente. Y es que somos nosotros, los clientes, los que pagamos. Y no al revés, que parece no lo supiéramos. Es un poco como cuando entra un albañil arquetípico en tu casa. Te dice lo que tienes que hacer, aunque lo llamaras para otra cosa. El cómo y el cuándo. Y tú, que lo estás mirando condescendientemente mientras piensas: sé que me la vas a liar. Te explicas como un libro abierto, eso sí, pero me la vas a liar. Oye, pues salvo raras, rarísimas excepciones… aciertas de pleno. Por algo decía el gomero: «En obras te veas».

Con los seguros ocurre lo mismo. Siempre hay una letra pequeña. Tan pequeña, tan pequeña que dices: te va a leer tu santa madre. Y ahí es cuando has firmado la claudicación. En esa letra minúscula está escondido el malo de Spiderman. El que lo jode todo. Le acabas de dar «licencia para matar».

Por partes. Nunca mejor dicho. Seguros de hogar. La estrella: «Cobertura total». Sí, sí… total. Puede haber algo que es escape a ese «total». Yo entiendo que no. Pues muchacho, que no te salga un poro en la tubería o en el desagüe. Porque ahí la liaste. Escondida en la maraña de la letra pequeña había una clausulita que decía: Excepto… tuberías metálicas, o plásticas o que el edificio tenga más de diez años, o bla, bla, bla… ¿Resultado? La compañía encuentra excusas para no pagar. Me chirrían estas cosas casi tanto como las musiquitas que ponen mientras esperas al teléfono. Pero… lo seguimos consintiendo.

Ojo, que los de salud no son mejores. Ofrecen acceso a una red de hospitales y médicos. Pero la lista de exclusiones es larga. Muy laaaarga. Enfermedades preexistentes, tratamientos costosos y ciertos procedimientos no están cubiertos. La tramitación de las autorizaciones previas son un dolor de cabeza. Las esperas… qué les voy a decir. Esto no puede ser aceptable. Pero… lo seguimos consintiendo.

Y, qué hay de los seguros de coches, motos… Las primas, sobrinas y demás familia, suben cada año. Aunque no hayas tenido accidentes. Aunque la inflación sea negativa. Y es que ajustan las tarifas basándose en estadísticas. No en tu historial personal. Y que no tengas un accidente. Siempre minimizan los daños. Ya te explican que ese hombro que te hace ver las estrellas a las 12 del mediodía es lo normal. Que eso seguramente ya te quedará para toda la vida. Pero vamos que allá te jodas –con perdón- porque lo que te van a dar y nada… Las indemnizaciones no se corresponden ni de lejos con los daños. Pero… lo seguimos consintiendo.

Los seguros de vida también tienen sus trampas. Las pólizas parecen atractivas y ofrecen sumas aseguradas grandes. Pero las condiciones para el cobro son superestrictas. Con frecuencia, retuercen lo irretorcible con tal de esquivar el pago o aplazarlo sine die. Cualquier pretexto es válido. Las familias quedan desamparadas en momentos de dolor. Pero… lo seguimos consintiendo.

En fin, perdonen el desahogo. Es hora de parar los abusos. Exijamos transparencia y claridad en las condiciones. Hay que denunciar. Que sea tu propio seguro el que te desasosiegue… tiene bemoles la cosa, eh. Yo prohibiría la letra pequeña de todo tipo de contratos. De todos. Y no es por presbicia, que soy miope. n

adebernar@yahoo.es

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