Opinión | RETIRO LO ESCRITO

Rescatar el cine Víctor

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, el Cabildo Tenerife y gobierno autonómico disponen de suficientes recursos económicos para articular una respuesta que transforme el cine Víctor en un espacio polivalente

Cine Víctor, en Santa Cruz de Tenerife

Cine Víctor, en Santa Cruz de Tenerife / El Día

El Cine Víctor, el gran cine de la Santa Cruz de Tenerife, el mayor templo oscuro – en expresión de Álvaro Ruiz – con el que hemos contado en esta ciudad, espléndida obra del arquitecto José Enrique Marrero Regalado, ha cerrado definitivamente sus puertas, después de casi 71 años de servicio. La sala ya había atravesado una coyuntura inestable. A partir de 2002 intervino en Cabildo Insular y después, en 2004, el Gobierno autónomo, alquilando las instalaciones para albergar las proyecciones y actividades de la Filmoteca Canaria. Como cabía esperar las cosas se estropearon rápidamente. Los genios tutelares del Cabildo tinerfeños decidieron que si ya tenían el TEA para proyectar películas, ¿para qué querían el cine Víctor? La Filmoteca Canaria, por su parte, decidió emigrar a los Cines Renoir Price. El cine cerró sus puertas. Las instituciones se cruzaron de brazos. Ocurrió un pequeño milagro: cuatro años después, en la primavera de 2013, una empresa se hizo con el local, emprendió algunas obras menores en su interior, remozó elementos como el sistema eléctrico, los accesos y el patio de butacas y la sala reabrió sus puertas en noviembre. Pero los cines, que resistieron razonablemente bien el alquiler de cintas de video, encontraron un enemigo mortífero en las plataformas televisivas y en el suministro de internet. Los empresarios intentaron usos de comercialización alternativos. En los últimos meses hasta alquilaban la sala a grupos cristianoides algo espeluznantes y a varios partidos políticos, pero ni siquiera esta aproximación al mundo de las sectas fue suficiente para garantizar la viabilidad de la empresa

No podemos asistir impasibles a la desaparición del Cine Víctor. Y desaparecerá porque cualquier instalación que queda inoperativa se deteriora velozmente. Después de un lustro con las puertas cerradas será muy caro recuperarlo. Después de diez años será imposible. Ya solo los valores artísticos del edificio exigen su conservación y un cine únicamente se puede conservar abierto a los ciudadanos. Las tres administraciones públicas (ayuntamiento, cabildo y gobierno autonómico) disponen de suficientes recursos económicos para articular una respuesta que transforme el cine Víctor en un espacio polivalente. Además de la exhibición cinematográfica, teatro, sala de conferencias, espectáculos musicales, debates, cursos divulgativos, reuniones vecinales. También la Filmoteca puede y tal vez deba volver. La gestión programática se podía reservar – es simplemente una ocurrencia del momento– a la Escuela de Actores de Canarias. Las posibilidades y alternativas son muchas y los espacios disponibles, en cambio, no precisamente abundantes. Es una cuestión elemental de economía de recursos además de una muestra de respecto a nuestro patrimonio artístico y un compromiso con nuestra memoria sentimental.

Y sin embargo es casi inevitable ponerse a temblar. Oscar Wilde escribió una vez que el rasgo más genuino de los filántropos de su tiempo en Inglaterra era su absoluta carencia de humanidad. De la misma manera el tributo más descollante de los responsables de las políticas culturales (por llamarlas de alguna manera) es la indiferencia ante la cultura. Por supuesto que podrían citarse excepciones, pero con los dedos de un muñón. Los políticos que se encargan de la gestión cultural solo practican en el mejor de los casos, el subvencionismo aleatorio, y en peor, una suerte de budismo burocrático que les enseña que un libro, una obra de teatro, un concierto de música o una exposición pictórica solo son realidades aparenciales, epifenómenos de la nada que solo provocan sufrimiento e insatisfacción. El único método para extinguir el padecer mundano es la nómina. Lo saben el Lama Achazang o el maestro Horacio Umpiergarika, alabados sean.

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