Opinión | RETIRO LO ESCRITO
Carnaval y seguridad
Durante los carnavales puedes morir por coma etílico en el centro de la plaza de La Candelaria y los perros no moverán ni la cola. Sus adiestradores tampoco.

Inauguración del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife 2025 / María Pisaca Gámez. ELD
Como conoce todo antropólogo o madero que se precie, el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el más seguro del mundo, pero sin duda por pura voluntad preventiva las fiestas de 2025 –que están a punto de empezar apenas digeridos los turrones y polvorones– serán las más vigiladas de la breve historia de las carnestolendas patrias. En esta edición dispondremos incluso de un centenar de drones que sobrevolarán el gentío grabando absolutamente todo lo que capten sus diminutas cámaras. Nadie parece percatarse de que la supuesta fiesta de la subversión y el exceso liberador ha terminado siendo una borrachera colectiva grabada desde los cielos por la Policía Nacional y la Guardia Civil. A lo de la Unidad Canina –esos chuchos repulsivos adiestrados para buscar droga– ya estábamos acostumbrados. Durante los carnavales puedes morir por coma etílico en el centro de la plaza de La Candelaria y los perros no moverán ni la cola. Sus adiestradores tampoco.
Pero te pillan con cualquier sustancia estupefaciente y te puedes llevar una buena multa. Por suerte los perruchos, entre el olor de las fritangas, los orines, el alcohol derramado, las vomitonas y el sudor apenas pueden olerse a sí mismo. Están ahí con un fin básicamente ornamental. Los drones son, sin embargo, otra cosa. Suponen un salto cualitativo en la vigilancia y monitoreo en cualquier operativo encargado de actividades de emergencia y seguridad. Claro que si cualquier ciudadano puede saltar de kiosco a kiosco para empedusarse sin ningún riesgo, ¿para qué utilizar los drones?
¿Qué pintan los drones en los carnavales chicharreros? ¿Les preocupan especialmente las drogas? Consumir drogas legales o ilegales no es un acto delictivo en España. Traficar con las segundas sí, pero nadie monta un puesto de cocaína en las proximidades de la plaza del Príncipe, pongamos por caso. La mandanga se adquiere generalmente antes de bajar a la fiesta. En locales donde se venden drogas ininterrumpidamente desde hace años y a veces desde hace lustros sin ningún problema logístico, sin que intervenga jamás la curiosidad policial. Otrosí, ¿por qué no pasean esos perros chivatos por algunas sociedades recreativas de la capital? Quizás se pusieran muy contentos. ¿O tal vez la principal preocupación de los pilotos de los drones son las broncas? Se me antoja también rarísimo. ¿Tampoco se van a tolerar ya las broncas? Los precios te llevan el alcohol más barato. Se persiguen las drogas ilegales. Las broncas deben ser exterminadas por la acción policial. ¿Qué nos dejan para soportar la fiesta? Huuum. ¿Y atentados terroristas? Bueno, puede ocurrir.
De repente, rodeado por una multitud en las inmediaciones de El Orche, un yihadista abre la túnica y descubre que lleva un cinturón de explosivos. Grita incomprensiblemente que Alá es grande, por lo menos como Bermúdez. Por supuesto, la peña se agita espasmódicamente por las carcajadas, le felicitan por la caracterización, se echan encima del moro para abrazarle y revienta la bomba, que se lleva por delante a doscientas personas y a la plaza de las narices que estaba a punto, de verdad, a punto de ser inaugurada.
¿Qué puñetera utilidad tienen los drones en estas circunstancias? ¿Proporciona material audiovisual a los telediarios? Tal vez sería más práctico que en los centros de secundaria y en los medios de comunicación públicos y privados se intentara trasmitir hábitos de seguridad. Es decir, saber cómo comportarse en caso de una emergencia, de una catástrofe, de un imprevisto peligroso. Porque tanto y usted como yo, estimado lector, sabemos cómo se reaccionaría aquí en casos como los descritos: corriendo aterrorizados y aplastando y pisoteando cualquier cosa. Toda calle de Santa Cruz se transformaría en una ratonera. Nos hemos olvidado de la autoprotección y del aprendizaje de una cultura de la seguridad que no puede basase esencialmente en prohibiciones. Pueden terminar defendiendo un carnaval sin disfraces como la forma más segura y sana de vivir las fiestas. No te reconozco, mascarita. Quedas detenida. n
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