Opinión | Risas y fiestas
Aida González Rossi
Los agarres de la bolsa

Los agarres de la bolsa / El Día
Cuando era pequeña, me obsesioné durante un tiempo bastante largo con la expresión «pa la saca». Me fascinaba que alguien se encontrara algo y lo dijera. Que se metiera el objeto en el bolsillo y siguiera su camino, igual que antes pero con una cosa nueva, y la saca aumentando poco a poco con todos esos hallazgos por la cara total. Las sacas ajenas nunca se me enseñaban y las tenía que ir componiendo yo a través de lo que se les iba añadiendo. La existencia de los tesoros sueltos evidenciaba que había una bolsa creciendo poco a poco y guardando los restos de cada vida concreta: pasé por aquí y aquí me encontré esto, puedo contarte la historia de aquel día en la playa del Cabezo porque tengo unos cristalitos de botella de cerveza limados por la erosión que me permiten mostrártela.
Después descubrí, claro, que la saca no existía, y me decepcioné y olvidé. Hasta que leí La teoría de la bolsa de la ficción de Ursula K. Le Guin, un pequeñísimo ensayo (que podemos encontrar en español en la editorial Rara Avis) en el que la escritora reflexiona sobre la escritura como una bolsa de recolección. Se basa en lo que Elizabeth Fisher llama la Teoría de la Bolsa de Transporte de la evolución humana, una teoría que señala que, en los tiempos prehistóricos, los seres humanos no basaban su supervivencia en la caza, sino en la recolección. Para ello, una de las primeras tecnologías humanas: las bolsas. Las bolsas como objetos que contienen otros y hacen posible su transporte. Se halla avena: pa la saca la avena. Según la Teoría de la Bolsa, fueron las bolsas, y no la caza, las impulsoras de la persistencia y la evolución de la humanidad. Y lo que sucedió, lo que hace que levantemos la ceja al leer esto, es que recolectar dejaba mucho tiempo libre y ese tiempo libre se empleó en la caza, y la caza, con su sangre, con su heroísmo, con su épica, ocupó el centro del relato. Esto, para Ursula K. Le Guin, fue lo que provocó dos cosas: la primera, la certeza de que la caza fue lo que nos otorgó el bien de la supervivencia. La segunda, la estructura, el centro mismo, de cómo contamos a día de hoy las cosas en la vida y sobre todo en la literatura.
Se cuenta a través del conflicto, de lo que pone los pelos de punta y envicia porque queremos saber si lo que se puede perder se perderá, ¿o acaso ganaremos? Buscamos la adrenalina de esos relatos que solaparon el relato más calmado, más cotidiano, de la recolección. Es decir, de lo que hacían las mujeres: también señala Ursula K. Le Guin que la forma tradicional de contar, la sangre y los bombazos, es masculina. Simbólicamente, se orienta hacia lo que la masculinidad representa: potencia, victoria, pelea, heroicidad, poder. Esto no solo hizo que el relato de la recolección se viera opacado, también ha hecho que lo asociado a lo femenino (cotidiano, afectivo, corporal) quede relegado en nuestro blablabla a ser un ornamento y no el centro de un relato. Las mujeres recolectoras estaban por allí mientras los cazadores cazaban, eran el contexto en el que sucedía la épica.
Ursula K. Le Guin propone una definición de la ficción que rompe con esto: la ficción como bolsa. En ella, vamos guardando detalles, visiones del día a día, y la finalidad del relato es ordenarlas para contar cómo es un mundo. El conflicto, en este sentido, es el contexto: todo se invierte y de pronto los sucesos son vehículos para que conozcamos a alguien, para explorar lo humano. Esto es poderoso porque apunta hacia otros lugares, pero también por algo que me resulta interesantísimo: la saca existe, está en la memoria, y seleccionando y entendiendo los elementos que vamos guardando podemos hallar un relato de nosotras mismas. Las cosas sueltas de la vida cuentan cosas. Un loro como símbolo de una isla en la que no hay loros. Una carta que le llega a tu madre y tu madre llorando escondida. Las historias que nos atraviesan, sus detalles pequeñitos, componen algo más grande: un mundo que puede ser recompuesto por quien escucha y comprendido desde procesos que a veces, desde dentro y sin la calma para pensarnos, no entendemos.
La bolsa nos permite ser conscientes de que nuestras vidas son políticas. Porque coleccionamos y examinamos lo que ahí tenemos. Y quizá la única manera de evidenciarnos que encarnamos lo que nos parece abstracto, de no permitir que otras piensen por nosotras, de no sentirnos extrañas y pasivas ante discursos que pretenden ir a nuestro favor, es volcar nuestras sacas sobre la mesa y ponernos a contar callaos: ¿cuál es el contexto de este golpe que me dieron y por qué existió? ¿Y el de este suspiro de una señora en la guagua?
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