Opinión | Observatorio
Miguel A. Betancor león
Inteligencia artificial y talento humano

Inteligencia artificial y talento humano / El Día
En estos momentos, se ha puesto en valor la necesidad de entender la realidad digital y, sobre todo, cómo podemos convivir con ella. La Inteligencia Artificial (IA), una herramienta creada por los humanos, tiene un enorme potencial para transformar nuestra forma de vida, razón por la cual debemos abogar por un uso consciente y responsable, conociendo sus ventajas y abordando su uso protegiendo los objetivos sociales a los tecnológicos.
A lo largo de la historia, los avances científicos y tecnológicos han mejorado la calidad de vida, y la IA no debería ser la excepción. Aunque es una tecnología artificial, su poder y aplicación nacen del conocimiento y de la creatividad humana, que deben guiarla y supervisarla, orientando su uso hacia un beneficio común. Necesitamos impulsar una «confianza digital», en la que la tecnología esté al servicio de las personas y no al revés. Para ello, se hace necesario guiar y educar en el uso responsable de la IA.
En esta transición hacia una sociedad «figital» (física y digital), las prácticas de lectura y escritura se han visto modificadas. Pasar de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento y de la comunicación de una manera vertiginosa ha provocado el analfabetismo digital de muchas personas. Necesitamos poner a las personas en el centro de este ecosistema digital, evolucionando hacia un «Internet de las Personas» (IoP) o Human Data, donde la tecnología enriquezca nuestra vida social, educativa, lúdica, deportiva y económica, con todas las garantías éticas que preserven los derechos fundamentales de las personas y respeten los valores democráticos.
El desconocimiento y la falta de ética en el uso de esta tecnología pueden generar confusión y desconfianza. Solo a través del talento humano, regulado y ético, lograremos construir un sistema confiable en este nuevo entorno digital. La tecnología se puede adquirir, pero el talento humano es insustituible.
Realizamos videollamadas, trabajamos en remoto, pintamos digitalmente, interactuamos con la inteligencia artificial, generamos imágenes, entre otras cosas. Sin embargo, las decisiones las toma el talento humano, que debe mantenerse actualizado y, siempre, sin perder de vista el placer de seguir aprendiendo.
Esta semana, Donald Trump ha tomado posesión como presidente de los Estados Unidos, un evento que ha puesto de manifiesto su estrecha relación política con los poderes tecnológicos, comúnmente conocidos como las Big Tech. La presencia de las Big Tech en la esfera política crea un contrapoder significativo, donde la tecnología y la política se entrelazan de manera compleja. Este fenómeno resalta la necesidad urgente de una ética sólida en el uso de la inteligencia artificial y una gobernanza responsable de estas tecnologías emergentes.
No se puede obviar esta realidad. El desconocimiento de una cultura AntroTecnocentrista sólo creará confusión.
Cuando utilizo la IA en la Universidad con mi alumnado, no es para memorizar nuevos apuntes digitales, sino para plantearnos preguntas sobre determinados contextos y así poder imaginar y visionar futuros escenarios positivos. La preocupación en el sistema educativo no es evitar que se copien sino cambiar la manera de enseñar, evaluar y que aprendan de una manera que no necesitan copiar. Que tengan las competencias adecuadas para integrar la IA en sus procesos de aprendizaje. La IA nos obligará también a rediseñar el rol del profesor.
Es su razonamiento crítico y su creatividad lo que coloca al talento humano frente a la máquina.
Como bien señala Michal Kosinski, psicólogo de Standford, los modelos de lenguaje (LLM) como GPT han cruzado la frontera cualitativa y utilizan técnicas análogas al pensamiento real que antes se consideraba propia de las personas.
Hay que fomentar una nueva alfabetización digital AUMENTADA por la IA para que las personas entiendan cómo funcionan y no sean colonizados por este poder algorítmico. Su uso nos llevará a saber diseñar preguntas adecuadas en ese diálogo con la IA. La clave son las preguntas y no copiar lo que dice.
La esencia de esta transformación radica en la Inteligencia Humana. Aquellos que se preocupen por comprender, experimentar, analizar y practicar con la IA.
Un paralelismo interesante se encuentra en el ámbito deportivo. Imaginemos a una persona que adquiere las mejores zapatillas de correr, las mismas que usa el mejor atleta del mundo. Esto no garantiza que esa persona se convierta en el mejor atleta. Para lograrlo, deberá entrenar, mantener una disciplina rigurosa, entender el entorno de la competencia y pasar por un proceso de aprendizaje continuo. Lo mismo ocurre con la Inteligencia Artificial. No basta con tener acceso a la IA y jugar con ella. Comprender y utilizar correctamente esta tecnología requiere dedicación, esfuerzo y una constante disposición para aprender. Tengamos pues en cuenta, que el éxito en la era de la IA dependerá de la capacidad humana para adaptarse, aprender y utilizar esta herramienta de manera efectiva. Aquellos que se queden atrás serán superados por quienes estén dispuestos a evolucionar y aprovechar al máximo el potencial de la Inteligencia Artificial
Se trata de garantizar un bienestar emocional tecnológico ligado al uso de distintas soluciones tecnológicas, ya sea para desplazarnos, jugar o educarnos.
El filósofo tecnólogo David Weinberger resume en esta frase nuestra realidad humana, su talento y la inteligencia artificial: «Somos creadores y al mismo tiempo estamos siendo creados por la tecnología que estamos construyendo. Es una relación muy inestable. Creo que, literalmente, no podemos predecir con certeza la IA, pero tampoco lo que seremos nosotros».
No estamos en una época de cambios sino en una nueva época que transformará muchas formas de vida humana. Un nuevo Renacimiento basado en la ciencia y tecnología. Una tecnología pensada para hacernos la vida más fácil, pero sin alejarnos del talento humano para tomar las decisiones adecuadas.
La gran ingesta de datos que recopile la IA aumentará su curva de aprendizaje, pero los humanos con nuestro conocimiento y talento, le daremos sentido para su buen uso. Estamos hablando del uso ético de la IA como un fin necesario: la ética humana junto a la ética de la máquina.
Por todo ello, será imprescindible que expertos en todas las disciplinas se reúnan y dialoguen bajo sus diferentes y múltiples perspectivas para llegar a un consenso sobre el camino a seguir es este apasionante y verdadero desafío de esta nueva era. La clave no radica en el poder de la IA, sino en la habilidad del talento humano para tomar las decisiones correctas.
Y para todo ello, el motor transformador será la EDUCACIÓN. Como señala el profesor Miguel Martínez Martín, de la Universidad de Barcelona: «Educar en valores significa propiciar situaciones y condiciones que faciliten mejor autoconocimiento, más capacidad de pensamiento y comprensión crítica sobre la realidad, más competencias de autorregulación y autocontrol, más habilidades sociales para la convivencia, más empatía y perspectiva social, más desarrollo de razonamiento moral, mayor capacidad para transformar el entorno, o mejores competencias comunicativas y para el diálogo».
Si no estamos educando el pensamiento y la reflexión, no estaremos educando en el uso positivo de la IA puesto que el futuro no se puede cancelar. Hay que redescubrir un presente donde la tecnología sea una herramienta que el humano deberá interpretar su realidad en un nuevo lenguaje humano-máquina. El algoritmo predice el futuro y el humano lo moldea, lo construye para mejorar el bienestar general.
No podemos convertirnos en neoluditas sino en anteponer el talento humano que regulará el dato para moldear nuestros comportamientos y relaciones. Debemos, como sociedad, construir un relato que explique su uso positivo e identificando sus debilidades. Nuevos códigos y valores humanos. Una ética de la IA.
Como bien dijo Albert Einstein: «La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original».
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