Opinión | SIN PERDER EL NORTE
Marta Casanova
Canarios de ida y vuelta

De izquierda a derecha: Froilán Luis Rodríguez, Rosi Afonso, Carmen Rosa Mansito, Lupe Afonso y su hermano Cheo. / E. D.
El pasado mes de octubre, el presidente del Gobierno nacional, Pedro Sánchez, hacía alusión en el Congreso a una noticia publicada en un periódico de Venezuela el 25 de mayo de 1949. Recordaba que un día fuimos los canarios los que nos embarcamos de manera irregular para buscar un futuro mejor en condiciones similares a las que ahora padecen los miles de personas que llegan casi a diario a nuestras costas.
La noticia publicada en el diario Agencia Comercial decía: «Un velero destartalado arribó a nuestras costas con 106 inmigrantes ilegales a bordo. Los sin papeles detenidos, entre los que había diez mujeres y una niña de cuatro años, se hallaban en condiciones lamentables: famélicos, sucios y con las ropas hechas jirones. La bodega del barco, que sólo medía 19 metros de eslora, parecía un vomitorio y despedía un hedor insoportable». El texto iba acompañado de una imagen del barco Elvira, que tardó 36 días en cruzar el océano Atlántico.
Este fue tan solo un pequeño grupo de los miles de canarios que se vieron obligados a dejar atrás su tierra y familia para buscar un futuro mejor. Curiosamente son ahora muchos de sus descendientes quienes buscan aquí refugio ante la grave crisis política, económica y social que padece el pueblo venezolano.
Venezuela es el país con más emigrantes de origen isleño, en torno a 600.000 entre canarios y sus descendientes. Es un proceso que se inició en 1678 cuando comenzaron a salir, asentándose primero en Caracas y La Guaira, donde se constituye una colonia importante. En 1831, el presidente de la República de Venezuela José Antonio Páez, cuyos antepasados eran del norte de Tenerife, propició la llegada de más de 20.000 canarios con un decreto que promovía la inmigración desde Canarias para trabajar en el campo. Más tarde, a partir de 1948, llegaría la emigración ilegal, tal y como se refleja en lo ocurrido un año más tarde en el Elvira. Este acontecimiento, que tuvo mucho impacto mediático, junto a la avalancha de ilegales de esos años, propició que el dictador Pérez Jiménez acordara con Franco en 1950 la reducción de los trámites migratorios con Venezuela favoreciendo hasta 1958 la entrada de 60.000 personas. Más tarde, ya en los 70, la emigración se basaba principalmente en el reagrupamiento de muchas familias separadas durante años.
El efecto contrario
A partir de los 80 se produce el efecto contrario. En esos años comienza el retorno de muchos canarios como consecuencia de la crisis en la economía venezolana a raíz del endeudamiento del país después del boom del petróleo de los 70. Con la caída del precio del crudo comenzó una ralentización económica paulatina que provocó la devaluación de la moneda en 1983.
Hay que tener en cuenta que Venezuela en los años 50 era un país muy próspero y el boom económico requería mano de obra para la construcción, la agricultura y los servicios. Se promovían políticas para atraer inmigrantes como parte del denominado Plan Nacional de Población y Mano de Obra. En este contexto, Canarias y Venezuela mantenían lazos históricos y culturales por las migraciones anteriores y esto facilitaba mucho la integración. Canarias, en cambio, vivía una situación de precariedad económica con altas tasas de desempleo y pobreza. La lejanía del Archipiélago al resto del España acentuaba aún más esa situación. En cuanto a la agricultura, principal actividad económica, se encontraba también en declive debido a la falta de modernización y bajos precios de productos como el plátano y el tomate en los mercados europeos. Con un crecimiento de población que superaba la capacidad económica para generar empleo, no había muchas otras opciones salvo buscar en otro lugar el futuro que Canarias no podía ofrecer.

Momentos de la vida de los canarios en Venezuela. / E. D.
Uno de los lugares del norte de Tenerife donde se produjo un mayor éxodo de emigrantes en la década de los 50 y 60 fue el municipio de Icod de los Vinos. Muchas de las viviendas y del paisaje urbano que conforman hoy el núcleo urbano de esta localidad se realizaron con las ganancias de quienes un día marcharon en busca de una oportunidad y allí la encontraron.
Son rostros con nombres y apellidos que recuerdan cómo vivieron esos primeros años en un entorno totalmente diferente al que dejaban atrás. Momentos duros que se sobrellevaban gracias a la ilusión por prosperar y conseguir el dinero necesario para volver a su tierra y reencontrarse con los seres queridos. En su maleta, mucha incertidumbre ante lo desconocido.
En esta tertulia improvisada, Lupe Afonso de León y su hermano Cheo, Froilán Luis Rodríguez y su esposa Rosi Afonso, y Carmen Rosa Mansito cuentan sus vivencias con la perspectiva y serenidad que da el paso del tiempo, pero también con cierta angustia y desesperanza ante la difícil situación actual de esa otra tierra de adopción tan querida para ellos en la que aún permanecen muchos de sus familiares.
Recuerdan cómo en un primer momento salían los hombres, muchos de ellos a edades muy tempranas, para evitar cumplir con el servicio militar. Otros, más adultos se iban con la idea de volver, pero en algunos casos nunca lo hicieron, dejando atrás a esas viudas blancas con hijos que apenas conocieron. «Allí había mucha demanda en el sector agrícola y en el norte de Tenerife la gente lo conocía muy bien. No cabe la menor duda de que el auge que experimentó la agricultura de aquel país en esos años fue en gran parte gracias a la aportación de los canarios».
Cuentan que muchos de los que salieron de Icod lo hacían desde Playa de la Arena, en Santiago del Teide, donde se alejaban de la costa en pequeñas embarcaciones que les transportaban a barcos mayores que solían atracar en puertos venezolanos más pequeños como el de Valencia. Esas personas iban con contactos de otros canarios que ya estaban allí asentados. En esos primeros momentos, vivían a duras penas en lo que llamaban rancherías, que era una especie de albergue con poca higiene que utilizaban básicamente para pasar la noche puesto que el día lo pasaban trabajando.
Transcurrido el tiempo y con dinero ya en los bolsillos, la mayoría de ellos venían a Icod dos veces al año, en junio y diciembre, o hasta que «se vencían los papeles», como solían decir cuando gastaban todo el dinero. Traían sus grandes coches, los llamados coloquialmente haigas, que volvían a llevarse al regresar y siempre hacían sonar en sus bolsillos los diez bolívares (un bolívar eran 30 pesetas) para que los vecinos se percataran de lo bien que le iba la vida en «la sucursal del cielo», como ellos mismos denominaban por aquel entonces al país de acogida.
Froilán cuenta cómo su padre, nacido en 1916, fue el primero en marchar hasta que en 1956 se llevó a su hermano mayor. «Cada vez que mi padre venía de Venezuela mi madre quedaba embarazada», comenta Froilán, para detallar: «Tuvo que criar a cinco hijos con sus propios medios trabajando como costurera porque él nunca le enviaba dinero. Cuando mi hermano comenzó a trabajar en un taller mecánico de Caracas fue cuando comenzamos a recibir ingresos. Recuerdo que se compraba fiado hasta que llegaba el dinero de Venezuela. La siguiente en marchar fue mi hermana Mercedes, casada por poderes con otro emigrante, algo que era bastante habitual en aquella época. En 1961 ya nos acogimos a la reagrupación familiar y fue cuando el resto de la familia nos trasladamos allí. Yo tenía entonces 13 años y salir del barrio de San Antonio en Icod, casi sin luz, y llegar a Caracas fue un gran cambio, pero ya tenían el camino hecho porque la familia contaba con los medios suficientes para vivir bien. Cuando llegué ya comía solomillo». En una de esas vacaciones en la Isla conoció a su mujer Rosi Afonso y en 1976 se casaron. Para ella, que vivía en Santa Cruz, si resultó complejo adaptarse a una nueva vida en un entorno totalmente diferente al de la capital. Ambos regresaron a la Isla en 1982 con sus dos hijas.

Uno de los coches que traían los emigrantes. / E. D.
Lupe Afonso de León recuerda cómo su padre, que vendía fruta en Caracas, enviaba dinero para su mujer y los siete hijos que dejó atrás. Poco a poco se fueron marchando los hermanos a medida que cumplían los 17 años para evitar así el servicio militar. «Yo llegué a Caracas con once años y estuve allí durante cinco años hasta que regresamos. La que peor vivió esa etapa fue una de mis hermanas que tenía muchas inquietudes y notó cómo la vida cultural que se vivía en Tenerife y concretamente en La Laguna, en los primeros años de los sesenta no era la misma que se vivía en Caracas».
La dureza de los primeros años
Por último, Carmen Rosa Mansito recuerda la dureza de sus primeros años en Venezuela. Su padre venía en pocas ocasiones y la conoció cuando ella ya tenía dos años de edad. En 1964, al cumplir los seis, su padre decidió reunir a la familia y se trasladaron en primer lugar a Petares y más tarde a Puerto de la Cruz, en la zona oriental del país. A pesar de que en Icod no tenían luz eléctrica, las condiciones allí no eran mejores hasta que afortunadamente fue cambiando la situación. Allí nacieron sus cuatro hermanos y conoció al que es su esposo y con el que regresó en 1989.
Los canarios llevaron a Venezuela nuestra cultura y tradiciones y se relacionaban sobre todo entre ellos. Se dedicaban principalmente a trabajar para poder salir de aquellas rancherías y reunir los bolívares necesarios para mejorar la vida de sus familias y en muchos casos, poder llevarlos y labrar allí un nuevo porvenir. En los periodos vacacionales, quienes tenían los medios suficientes solían venir para buscar pareja porque «querían casarse con mujeres de aquí». Allí llevaron su cultura, costumbres y, por supuesto, su gastronomía. A lo largo de los años, han mantenido vivas sus tradiciones, como las fiestas, la música y los bailes típicos, que se han mezclado con la cultura venezolana. Uno de los aspectos más destacados de esta comunidad ha sido la creación de asociaciones y hogares canarios, donde se promueven actividades culturales y se celebran festividades típicas de las Islas Canarias. Estos espacios han sido fundamentales para mantener la identidad canaria en el país y para fomentar la unión entre sus miembros.
A partir de los 80 y en estos últimos años, con el recrudecimiento de las políticas de ese país, el vínculo se ha hecho recíproco y en Canarias es cada vez más común encontrarnos con lugares donde encontrar la comida y costumbres venezolanas. Una relación de ida y vuelta entre dos territorios separados por el océano y unidos por los lazos históricos de la sangre.
- Tres murgas del Norte en una final sin Diablos por primera vez en 29 años
- Detenido el consejero del CD Tenerife Rayco García
- Rayco García, a su pareja tras obligarla a abortar: 'Mato al niño
- Okupas' toman dos casas en Santa Cruz y uno amenaza a vecinos con un cuchillo: la Policía no puede actuar
- Acta del jurado de Interpretación del Concurso de Murgas Adultas de Santa Cruz de Tenerife: Diablos, novenos, y Burlonas... ¡en el puesto quince!
- Dos intentos de 'okupación' de viviendas en un mismo día ponen en alerta a vecinos de dos municipios de Tenerife
- Rayco García, en libertad con cargos
- El jurado paralelo de EL DÍA califica a todas las murgas de la tercera fase del Concurso de Murgas Adultas de Santa Cruz de Tenerife