Opinión | Aquí una opinión

Chófer, ¡la puerta!

Una guagua urbana de Titsa, en una parada de la avenida de La Salle.

Una guagua urbana de Titsa, en una parada de la avenida de La Salle. / Trino Garriga

Me gusta ir en guagua y adoro la paciencia y el buen rollo de los conductores de Titsa. Varios días al mes viajo desde la avenida de los Príncipes hasta el Muelle Norte, en cualquiera de sus dos líneas, la popular 905 y la 911 de trayecto más largo porque atraviesa el barrio de La Salud en sinuoso recorrido.

Siempre aprovecho para leer. Normalmente las páginas del periódico que voy recortando para la ocasión. Los “rollitos” magníficamente escritos y bien documentados de González Jerez, Pomares y Jorge Bethencourt. Con boli y subrayando aquello que requiere otro posterior vistazo ocular que comentar con los míos porque mantenemos la sana costumbre del intercambio de ideas y opiniones sin riesgo de críticas y lejos, también, del ámbito de (mi) incuestionable verdad que tanto abunda.

Los conductores de Titsa son gente experimentada y con predisposición a mantener la calma ante los continuos lamentos de nosotros, los impacientes pasajeros, la mayoría de los cuales estamos ya en edad de no tener la prisa que pretendemos aparentar.

Les interrogamos del porqué de la tardanza de la “nuestra”, le echamos en cara que de la línea tal ya hayan pasado dos “seguidas”, les preguntamos por direcciones con un móvil en la mano para que ellos, que seguro que tienen mejor vista que uno, nos oriente en nuestro destino, mientras crece la cola de pasajeros para acceder.

Mi demanda favorita es el grito de “Chófer ¡la puerta!” cuando la guagua, ya muy cerca de una parada, se ve obligada a detenerse a causa del tráfico pero sin poder abrirla porque no ha accedido aún al apeadero en sí. Hay quien lo repite varias veces. He visto hasta enfados: “pues por unos metros”… cuando la seguridad eso no lo permitiría.

En un reciente mediodía de los de mucho tráfico en una entrada a Santa Cruz, la guagua hizo un amago infructuoso de salida de una parada al no cederle el paso el coche que pasaba a su vera, esa norma de cortesía no escrita en el código de circulación hacia un vehículo público. Y no sólo obligó a la guagua a suspender la maniobra sino que frenó justo delante, impidiéndole así el paso, el espécimen al volante se bajó y colocando sus brazos en jarra delante del morro de la guagua vociferó, durante un rato, las más increíbles sandeces con la agresividad de los muy aficionados a crear problemas. El espectáculo, por supuesto desde el interior de la guagua, que no estamos para heroicidades, resultó hasta gracioso, similar a esos apps de emoticones.

Me fijé en el conductor. Ni se inmutó. “Así se hace, amigo”, pensé. Eres mucho león para semejante rata. Cuando llegué a mi parada le ofrecí, en silencio, un caramelo que aceptó con gusto mientras yo me bajaba pensando en que algunos duros trabajos requieren más que fuerza, capacidad.

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