Opinión | El recorte

La revuelta ciclista

Ciclistas y peatones 'ganan' la Avenida de Anaga en Santa Cruz

Ciclistas y peatones 'ganan' la Avenida de Anaga en Santa Cruz / Andrés Gutiérrez

Lo peor de meter la pata en los restos intestinales de un perro es que luego resulta muy difícil limpiarla. Vas dejando una huella canela a lo largo de la acera, brincando y arrastrando la suela de los zapatos como un bailarín de claqué. Y eso es justo lo que le debe estar pasando a los responsables de la implantación de una fastuosa red para bicicletas y patinetes que ha creado el caos en varias zonas de la capital.

Es cierto que siempre que algo cambia se lía. Ha sido así toda la vida. Cuando se peatonalizaron algunas calles del centro, con el «plan urban», se montó la del pulpo. Pero luego la gente se adaptó. Y ha terminado valorando la mejora en unas calles que ya son más de los peatones que de los coches. Lo singular del nuevo carril bici, sin embargo, es que no concede a los peatones ningún nuevo espacio, sino que se lo otorga a una clientela inexistente.

Para moverse en bicicleta en una ciudad con las pechadas que tiene ésta hay que ser un atleta. Incluso con las bicicletas eléctricas hay cuestas que se ponen muy trambólicas. Pero, en todo caso, el problema es que quien se mueva en uno de esos vehículos eléctricos tendrá que abandonar en algún momento la seguridad de los nueve carriles dedicados para mezclarse con el tráfico de coches, furgonetas y camiones en medio centenar de «ciclocalles». Y nadie soporta durante mucho tiempo la experiencia de ir en un patinete con la defensa de un camión rugiendo a dos metros del culo.

El límite de circulación en la ciudad es de 30 a 50 kilómetros por hora. Pero eso es más falso que una promesa electoral. La realidad cotidiana es que en muchísimas vías se va a más velocidad. Porque sí. Porque vamos con prisa a todos lados. Y cuando les toca delante un ciclista o un repartidor en patinete –que son los únicos que hoy se atreven– la gente va frenando y de mala leche.

El destino del centro de Santa Cruz no es ese penoso invento llamado Zona de Bajas Emisiones. No se trata de dejar entrar a los que tengan pasta para comprarse un coche eléctrico y expulsar a los coches de gasolina o diésel. Nuestra capital no tiene ni ha tenido problemas serios de contaminación. Si las autoridades tuvieran lo que hay que tener, hace años que habrían peatonalizado el corazón de la ciudad, permitiendo solo el paso a garajes de los residentes. En ese contexto tendría sentido una red de VMP, o sea, de patinetes y bicis, esas nuevas modalidades de transporte eléctrico destinadas, casi en exclusivo, a la gente más joven. Mezclar los tráficos es un riesgo enorme que acabará mal.

Claro que para hacer todo eso serían necesarios muchos más aparcamientos. Se han presentado muchos planes, pero en esta isla somos expertos en sueños que se roncan. Hacemos incluso puentes que unen la nada con la nada, como el que lleva décadas construido sobre la autopista para unir la fantasmal prolongación de Príncipes de España con el Suroeste: un puente que más parece un arco que celebra el triunfo de la desidia. También presentaron, hace años, el soterramiento de la Avenida de Anaga, que en superficie sería una gran zona peatonal y debajo un gran espacio de aparcamientos. Aquí por maquetas y sueños que no sea.

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