Opinión | Internacional
Mark Zuckerberg se arrima al sol que más calienta

Mark Zuckerberg. / AP
El multimillonario dueño de Meta, Mark Zuckerberg, podría decir hoy algo antes escuchado de labios del genial Groucho Marx: «Ésos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros».
Poco después de entrevistarse con el próximo presidente de EEUU en su residencia privada de Mar –a-Lago, y de besar el anillo del nuevo capo, Zuckerberg anunció que seguía los pasos de su colega y rival Elon Musk.
Ambos han decidido suprimir a los llamados «verificadores de datos», es decir, los supuestos «expertos en desinformación» dedicados a lo que llaman eufemísticamente «moderación» de contenidos.
La decisión ha provocado el rechazo no sólo de los trabajadores de esa floreciente industria, que se quedan sin trabajo, sino también de la inmensa mayoría de los editorialistas, que lamentan el fin del «programa antibulos».
Bulos, fake news, falsas informaciones, lo que llaman «discursos de odio», todo eso y mucho más lo ha habido y hay por desgracia en el universo de internet, en el que es muchas veces difícil orientarse, algo aprovechado por los faltos de escrúpulos.
Pero no es eso todo. En su condena unánime de la medida adoptada por Musk y Zuckerberg, muchos comentaristas se olvidan de algo importante que dijo el segundo, siempre dispuesto a arrimarse al sol que más calienta, que hoy es Donald Trump.
El dueño de Meta reconoció por primera vez abiertamente algo que algunos que seguimos de cerca la información internacional ya sabíamos, pero que muchos medios prefirieron demasiado tiempo ignorar.
Me refiero a las presiones ejercidas por el Gobierno de EEUU para que las redes no distribuyeran ciertos contenidos incómodos o para que, si lo hacían, los acompañasen de una nota que pusiese en duda su fiabilidad.
Contenidos que no gustaban a Washington como las preguntas sobre el origen del virus del covid 19, las críticas a las medidas adoptadas durante la pandemia, o todo lo relativo a la génesis y evolución de la guerra de Ucrania.
Por no hablar de la supuesta influencia, finalmente desmentida, de la Rusia de Putin en la primera victoria de Donald Trump o de las informaciones sobre la corrupción del hijo del presidente Joe Biden, demasiado tiempo ocultadas por los medios de aquel país para no perjudicar al político demócrata.
Que eso ocurrió realmente acaba de reconocerlo el propio Zuckerberg, que lo calificó llanamente de «censura», como ya antes había hecho Elon Musk con los llamados «Twitter files» (Archivos de Twitter).
La «moderación de contenidos» se había convertido en una industria internacional. En EEUU incluso se intentó nombrar una Junta de Gobernanza de la Desinformación, pero no prosperó por decisión de un juez.
Es cierto que el universo de internet va a a ser a partir de ahora por desgracia todavía más confuso, pero ¿no debería servir de estímulo para que los medios tradicionales se tomen más en serio su papel de control, y no de meros estenógrafos del poder?
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