Opinión | Échale mojo

Colapso en las urgencias: el límite de lo humano

Una sanitaria durante las manifestaciones para denunciar el colapso de las urgencias en el HUC.

Una sanitaria durante las manifestaciones para denunciar el colapso de las urgencias en el HUC. / Arturo Jimenez

El caos en las urgencias del Hospital Universitario de Canarias (HUC) no es solo un problema más en un sistema que arrastra carencias desde hace décadas. Es un grito desesperado que refleja el abandono de uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad: la sanidad. Y no es un grito aislado, porque «SOS Urgencias HUC» lleva semanas exponiendo en redes sociales una realidad que todos, especialmente quienes tienen el poder para cambiarla, parece que ignoran.

Desde Instagram, los profesionales sanitarios denuncian una organización que no funciona, recursos insuficientes y reuniones con el gerente que no han servido para absolutamente nada. Lo más indignante es que en noviembre se destinaron dos millones de euros para una reforma que incluía la creación de una Unidad de Corta Estancia y otras mejoras. ¿El resultado? Nada ha cambiado. Es un ejemplo más de cómo se pone maquillaje a un problema estructural que necesita cirugía mayor.

Lo que ocurre dentro de esas urgencias es una auténtica tragedia diaria. Los pacientes críticos comparten espacios saturados con otros enfermos porque simplemente no hay otro lugar donde atenderlos. Lo hacen, además, bajo la supervisión de personal no especializado que, sin los materiales necesarios, tiene que improvisar soluciones en tiempo real. En algunos casos, deben decidir quién recibe un respirador y quién no. Y esto no es un dato anecdótico, es una sentencia de muerte para muchos.

En una carta desgarradora compartida en «SOS Urgencias HUC», una enfermera pide disculpas a los pacientes por las condiciones en las que son tratados. No debería ser así. Los sanitarios no tendrían que disculparse por un sistema que los ha dejado solos, luchando contrarreloj y arriesgando su propia salud física y mental. Ese gesto refleja una dignidad que no merece el trato que recibe.

Lo peor es que esta crisis no afecta solo a los que están dentro. Fuera del hospital, las ambulancias se acumulan durante horas porque no hay camas disponibles. La imagen de esos vehículos bloqueados es el reflejo de una sanidad que hace mucho dejó de ser funcional. Los pitos y silbatos de las movilizaciones de noviembre y enero no son solo ruido: son un acto de resistencia de quienes se niegan a aceptar que esto sea «lo normal».

Es cierto que Canarias tiene una de las tasas más bajas de profesionales sanitarios por habitante en España, y que esta falta de personal explica parte del problema. Pero la culpa no es solo de los números. También es de la incapacidad de nuestros dirigentes para entender que la salud no puede esperar. Que no se resuelve con parches ni con comunicados bienintencionados, sino con inversiones reales, planificación eficaz y la valentía de admitir que el sistema no está funcionando.

Durante la pandemia, todos aplaudimos a los sanitarios desde los balcones. Pero ese gesto, por muy simbólico que fuera, ahora sabe a hipocresía si no lo acompañamos de exigencias contundentes. La salud no es un privilegio, es un derecho. Y no se garantiza con palabras vacías, sino con hechos que respalden a quienes están en primera línea.

Ya no se trata solo de mejorar un servicio, sino de evitar que este colapse definitivamente. Los pacientes no pueden seguir siendo tratados en condiciones indignas. Los sanitarios no pueden seguir soportando cargas que sobrepasan lo humano. Y la sociedad no puede seguir tolerando que algo tan esencial como la salud penda de un hilo.

Lo que está ocurriendo en el HUC es un aviso. O se actúa ahora, o pronto veremos estas escenas replicarse en otros hospitales. Es hora de que las autoridades escuchen y tomen decisiones valientes. Porque, al final, no hay nada más valioso que la vida. Y en Canarias, en las urgencias de sus hospitales, está en juego cada día.

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