Opinión | Relaciones sociales

Miqui Otero

A ver si nos vemos

Fiesta Navidad fundación Grandes Amigos, en Madrid.

Fiesta Navidad fundación Grandes Amigos, en Madrid. / Alba Vigaray

Un año es un corte temporal de 365 días que, últimamente, arranca con la gente diciendo en enero «A ver si montamos una calçotada» y que acaba en diciembre diciendo «A ver si quedamos después de las fiestas», a menudo sin haber logrado verse en 12 meses.

La frase «A ver si nos vemos» parece conjurar el desencuentro. Es casi tan contraproducente con un «Eh, tranquilo» en una pelea, tan falso como un «En mi humilde opinión», que siempre encabeza un comentario que no es ni humilde pero tampoco una opinión argumentada.

Pensaba que la problemática de quedar con grupos de amigos era algo generacional, que asumía con deportividad, como se encaja la declaración trimestral del IVA. Pero resulta que es algo que no entiende de edades ni de geografías.

Leo un artículo en The Atlantic que habla de las dificultades de socializar en EEUU y de la ansiedad y soledad que esta comporta. Da datos: uno de cada ocho estadounidenses dice que no tiene amigos, pero un alto porcentaje del resto admite que apenas los ve. Solo un 4,1% de yankis ha asistido a un evento social en un fin de semana aleatorio de 2023, un 34% menos que una década antes. Es más, Party City, la mayor empresa de globos de mylar (esos que se inflan con una pajita, típicos de las fiestas domésticas), ha quebrado tras un lustro de pérdidas. Hay, en sus palabras, un déficit de fiestas en EEUU.

Habla el texto de Ellen Cushing de lo que todos hemos comprobado: la única forma de verse es agendar el encuentro con los amigos (hablo de grupos, uno por uno es más fácil) y eso es difícil en una sociedad de trabajo absorbente. Y mirar el calendario es indispensable, pues el mundo ya no se articula a través de centros cívicos u oficios religiosos semanales (ni siquiera a través de activismos o militancias). De hecho, en un mundo donde miramos el móvil hasta para intentar mirar menos el móvil (apps para desconectar), el hecho de poder cancelar o proponer un aplazamiento también penaliza.

Jerarquizar

En otro texto también reciente, Serena Dai proponía ir más lejos. Desde hace tiempo, intenta usar para las fiestas la misma herramienta online que emplea para las reuniones de trabajo, a riesgo de parecer fría. Según ella, hacer eso jerarquiza a la gente que quieres ver y asegura que lo harás. Además, ante la imposibilidad de la espontaneidad, apuesta por otorgar un día fijo (con una periodicidad asumible: aunque sea el primer martes de cada trimestre) e incluso un lugar invariable: quedar, como lo hacíamos antes con naturalidad, siempre en el mismo bar o parque o casa. Establecer una tradición inamovible que nos tranquilice, que anticipemos con ganas y que recordemos con una sonrisa.

Desde luego, está estudiadísimo que el hecho de estar hiperconectados en redes sociales ha provocado que decaiga la ilusión de la necesidad (aunque la necesidad sea real, por cómo nos acabamos sintiendo) de ver a los tuyos para contarles qué te pasa.

El otro día, hablando del cumpleaños de un amigo, otro apostaba por regalarle un «Vale por un fin de semana en una casa rural». Me eché a temblar: ser ambicioso puede llevar a que no se materialice ese fin de semana fuera, pero también a que ni siquiera se celebre el aniversario. Pero no existe el parque al que bajábamos, ni el bar de los partidos, y no confiamos en el «A ver si nos vemos» inconcreto, así que saquen el Excel, la encuesta online, los vales. Vamos con todo. Este año sí: calçotada.

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