Opinión | El recorte
La ola

Donald Trump saluda a su esposa, Melania Trump, en la ceremonia de investidura / SHAWN THEW/ EFE
El cambio en Estados Unidos no llega a través de una crisis. La economía americana vive años de prosperidad, con un sostenido crecimiento del PIB, un paro que no pasa de cuatro puntos y una inflación moderada. Si Trump ha llegado a la presidencia es porque tiene un mensaje político disruptivo. Porque ha convencido de la necesidad de acabar con el «Estado profundo», con la burocracia y el mamoneo de quienes parasitan los impuestos de la gente.
Que Donald Trump esté otra vez en el poder va a tener consecuencias mundiales. El nuevo presidente representa el principal enemigo de las políticas climáticas y del globalismo. No acepta la Agenda 2030. Cree que con el Covid los gobiernos engañaron a los ciudadanos. Y habla de una desregulación masiva y de la aplicación de las leyes del mercado sin cortapisas para permitir la libre competencia y el florecimiento del talento y la riqueza para los mejores. Una sociedad donde los triunfadores tengan premio y no castigo. Ahora, frente a la clásica extrema derecha o izquierda surgen «los nuevos influencers de la extrema riqueza». Ellos son los que «amenazan nuestra democracia» según advirtió Joe Biden antes de marcharse, cuando se pasó la democracia por los calzoncillos amnistiando a su propio hijo.
Además, con Trump EEUU ya no será el gendarme del mundo. La seguridad ya no se sostendrá en el esfuerzo militar con cargo a los bolsillos de los contribuyentes norteamericanos. «¿Quieres seguridad? Pues invierte en seguridad», les ha dicho Trump a los europeos.
El Estado del Bienestar atraviesa turbulencias. Cada vez cuesta más sostener el esqueleto público y crece el descontento de los contribuyentes. Cambiar ese «viejo régimen caduco» ha sido la fuerza motriz de casos como el de Javier Milei en Argentina, con su ya famosa motosierra: una política de drásticos recortes para salvar un país arruinado, endeudado e insostenible.
La izquierda europea, atónita ante la ola de la ultraderecha, se refugia en una defensa nostálgica. Acusa a esas nuevas fuerzas de ser un revival del pasado. En España, los herederos del franquismo. En Alemania los sucesores de los nazis. En ambos países esa acusación podría llevar a los juzgados porque la apología de ese pasado concreto puede ser delito. Pero a pesar de esos cordones políticos/legales, no hay manera de parar la inclinación del electorado.
Cuando se maneja un ayer remoto como fantasma aterrador, las nuevas generaciones no entienden ni papa. La líder ultraderechista de AfD, Alternativa por Alemania, Alice Weidel, es una mujer joven, emparejada con otra mujer, inmigrante de Siri Lanka, que es capaz de denunciar que Hitler era «nacional socialista», o sea, de izquierdas. Y que denuncia el colapso de las ideologías liberales y las instituciones del bienestar que están consolidando aparatos del Estado cada vez más fuertes contra la libertad de las personas.
En Europa también viene una ola. Una fuerza que se enfrenta al lenguaje y los hechos del todes y que impugna los muchos matices del discurso woke, considerado como una mera coartada para la subsistencia de minorías victimizadas. Y cada vez cuenta con más apoyo entre las jóvenes generaciones. Viene una ola.
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