Opinión | El recorte

La deriva

Pedro Sánchez en la conferencia de embajadores celebrada en Madrid.

Pedro Sánchez en la conferencia de embajadores celebrada en Madrid. / José Luis Roca

Se puede ir a un examen sin haber estudiado. Y lo más probable es que suspendas. Pero ir a un juzgado, sentarse ante una magistrada y no tener claro lo que vas a decir es muchísimo más arriesgado. La comparecencia judicial del hermano del presidente del Gobierno es una de las piezas más surrealistas que uno puede ver en las redes, porque parece un fake hecho por la Inteligencia Artificial. Un tipo que va a declarar en una denuncia que afecta a su puesto de trabajo y demuestra que no sabe exactamente dónde está su oficina, no conoce a sus compañeros y afirma que encontró la oferta de empleo buscando en internet. Como para mear y no echar gota.

La situación de los casos que cercan a Pedro Sánchez se está volviendo muy oscura. Y se nota, primeramente, por el grado de exasperación con que se defiende el Gobierno, pivotando sobre un frágil argumento: que los acusados son inocentes. Eso es lo que dice todo el mundo cuando le acusan, pero no es necesariamente cierto. El cambio del terminal telefónico del Fiscal General del Estado y el borrado de sus mensajes ha situado a García Ortiz en una situación judicial muy precaria ante el Tribunal Supremo, que parece decidido a emplumarle. Y el solo hecho de ver al acusador mayor del Reino sentado en el banquillo es un asunto lo suficientemente grave como para que suenen las cuadernas de la democracia.

Pero es que, además, la forma en que ha reaccionado el equipo de Moncloa no parece augurar nada bueno. Acusar a los jueces de sostener acusaciones falsas y sin fundamento es una desesperada manera de enfrentarse a la realidad. Y llevar al Congreso de los Diputados una ley que parece inspirada en la defensa de los familiares de Sánchez metidos en un embrollo judicial no es como plantear que la amnistía no es Constitucional y luego decir que sí. No es un cambio de opinión, es una chapuza.

Las cosas no pintan bien. Y el olor a quemado está llegando a Bélgica para descender suavemente por la chimenea de la casa de Carles Puigdemont. Los finos analistas que descartan una moción de censura contra Sánchez con el apoyo de Junts por Cataluña no están finos. El independentismo se alimenta de pasiones. Y lo más desapasionado que puede haber es un presidente socialista de Cataluña y una situación normalizada. Puigdemont hizo presidente a Pedro Sánchez a pesar de que las elecciones las había ganado el PP y esperaba, en justa contraprestación, lo mismo. Que le hicieran a él presidente de Cataluña, una vez amnistiado. Pero ni una cosa ni la otra.

El presidente Sánchez no se priva de celebrar públicamente que la situación de Cataluña se ha pacificado y que los independentistas se han domesticado, cosa que, siendo cierta, les toca enormemente las partes pubendas a los soberanistas catalanes, en retroceso electoral.

Núñez Feijóo tiene complicado plantear una moción de censura y un Gobierno apoyado por Vox y Junts. Sería convertirse en un prisionero, como Sánchez. Pero no es tan difícil que haga una censura, gane el Gobierno y convoque elecciones. Y una de las razones que podría manejar es la terrible deriva antidemocrática de un Gobierno que hace leyes a la carta para defenderse de la legalidad.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents