Opinión | El recorte

Las cosas están cambiando

Protesta en contra de la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente

Protesta en contra de la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente / María Pisaca

Quienes en la izquierda española seguían defendiendo a ese desastre con patas llamado Nicolás Maduro hoy balbucean o se refugian en el silencio vergonzante. Después del pucherazo electoral y el golpe de Estado que ha dado Maduro, robando la Presidencia que no le dieron las elecciones, no queda un solo argumento para su defensa.

Tampoco hay que horrorizarse. Hay demasiados países en el mundo donde no existe la libertad o vive en franco retroceso. En el caso de China se puede sostener que existe cierto progreso social. En el régimen feudal de muchos países árabes no. En el de Cuba tampoco. Pero demasiadas democracias, incluida la nuestra, siguen valorando más el bolsillo que la libertad; comerciando y relacionándose con dictaduras sin ningún tipo de problema moral. Incluso las sanciones al régimen de Putin, un tipo que asesina fríamente a sus opositores, han sido hábilmente sorteadas por algunos de los mismos países que votaron para imponerlas. Incluyo gaseosamente el nuestro.

Llevamos años escuchando a la izquierda europea gritando que viene el lobo. Se refieren, por supuesto, a la extrema derecha. Aseguran que eso pondría en peligro la democracia y las libertades que solo garantizan ellos, pero les falta decir que la ola viene de la mano de las urnas. O sea, de la decisión del pueblo. Ha pasado en Argentina con ese mesiánico economista libertario llamado Milei. Y en Estados Unidos, con Trump. O con Bukele, en El Salvador. Vuelcos electorales en donde una ciudadanía cansada del fracaso económico y del empeoramiento de la vida, ha decidido dar su confianza a una nueva generación de líderes estridentes que están decididos a no pasar desapercibidos.

La izquierda europea parece encaminarse hacia una profunda crisis. Su respuesta frente la inmigración masiva, la inseguridad ciudadana, los derechos subjetivos de algunas minorías victimizadas y el esfuerzo fiscal de las sociedades, está agrietándose. El Estado del bienestar entra en crisis cuando se va transformando en malestar para los ciudadanos, dejando el bienestar solo para las gigantescas estructuras del Estado. En la deslucida toma de posesión de Maduro, a la que solo fueron los presidentes de Cuba y Nicaragua —las sartenes siempre con el cazo— no por casualidad estaban representados China, Rusia e Irán. Las derechas ganan gobiernos en las urnas de la democracia mientras las izquierdas se perpetúan en regímenes dictatoriales. No es la mejor publicidad.

Si se analiza el movimiento del electorado en Europa se puede colegir que los partidos liberales y socialdemócratas europeos se están desconectando del dial de los ciudadanos. Esa desconexión es fácil de entender en la izquierda radical, que siempre antepone sus obsoletos principios —igualar en la pobreza— a las necesidades y aspiraciones de la gente, pero no en partido moderados y eminentemente prácticos, que muchas veces en el pasado se adaptaron a los cambios que pedían las sociedades.

El socialismo de Felipe González, avanzada la transición, renunció al marxismo, a la revolución proletaria y a la autodeterminación de los pueblos de España. Se adaptó a los ciudadanos de una nueva democracia, modernizó el país, saneó la economía y venció en las elecciones durante años. El pueblo no solo habla en las urnas y es mejor escucharlo antes de abrirlas. Pero hoy parece que algunos políticos autócratas solo se escuchan a sí mismos. Y a sus pelotas.

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