Opinión | Retiro lo escrito
A buen paso
Pedro Vallín era, hasta hace unos días, periodista de un gran periódico, La Vanguardia. Simultáneamente ejercía de diosecillo tuitero que ha ganado nombradía por su sarcasmo, su agresividad y su pueril narcisismo. Vamos, como muchos miles y miles de periodistas y no periodistas en la red X. La pasada semana (creo) Vallín emitió un tuit con una broma que algunos quieren hermosear como humor negro mientras que a otros (a mí, por ejemplo) se les antoja repugnante. Pueden encontrarla ustedes con facilidad, era una chiste con el que respondía a un contradictor. Le recomendaba que metiese la cabeza en el retrete y tirara de la cadena para tener una DANA en su casa. «Lo vas a gozar». El contradictor, claro, era valenciano. En Twitter se comenzó a ametrallar a Vallín al cabo de un minuto. Se cruzaron innumerables tuits. En bastantes se amenazaba al periodista más o menos furiosamente. Pero lo más asombroso llegó cuando La Vanguardia decidió despedir fulminantemente a Vallín. Entonces se produjo un nuevo estallido en esta ristra de petardos. Esto era un escándalo.
Como suele ocurrir en relatos protagonizados por las redes sociales todo tiende a ser estruendosamente estúpido. Para un montón de tontolabas Pedro Vallín estaba siendo perseguido por una manada insaciable de fascistas y su despido resultaba escandalosamente injusto. Incluso leí tuits en los que se acusaba a la dirección de La Vanguardia de aplastar a Vallín por su izquierdismo insobornable. No sabía yo que los izquierdistas más astutos y trasparentes se refugiaran en La Vanguardia, pero todo oligofrénico suelto relacionó directamente el despido con el tuit de marras. Por los años que lleva uno en este chiquero aventuraría que lo del tuit fue una excusa y que el periódico le pateó el culo a su columnista por otros motivos; probablemente, por un buen montón de motivos. En cuanto a la persecución de la pobre víctima por una conspiración fascista en Twitter, en fin. Voy a concederme cinco minutos de nostalgia…
A mediados de los noventa trabajaba servidor en un periódico llamado La Gaceta de Canarias. A alguien no le gustó una columna y me remitió dentro de un sobre unas tijeras con una lacónica nota: «Con unas tijeras como esta te vamos a cortar los cojones». Unos días después, en un paquetito, me adjuntaron vendas y betadine. Ni el periódico ni la policía hicieron maldito caso, por supuesto. No voy a contar lo de las llamadas anónimas al teléfono de la redacción y a mi casa en varias temporadas. Una vez un gobernador civil, en otra llamada, me advirtió que me quedaban pocas horas en el curro, porque estaba decidido a echarme, como si el triste periodiquito de mis desvelos fuera suyo. Más tarde, trabajaba yo en una agencia, un simpático compañero, que no hacía programas infantiles en su cadena de televisión pero amaba a los niños, mandó anunciar en un informativo que agonizaba en un hospital. Cuando mi jefe le llamó para informarle que estaba vivo, pidieron disculpas, y dos horas después informaron a sus escasos televidentes que mi estado –qué angustia– se había agravado. Al amante de los niños no le había gustado un artículo mío. Para qué carajo contar los políticos y empresarios y profesores y escribidores llamando día sí y día no con nuevas amenazas que eran siempre la misma. ¿Y la competencia dedicándome la primera página de su hojarasca por el pecado nefando de trabajar como asesor de un gobierno? Espero que un día se puedan contar el acusica modus operandi del equipo de comunicación del presidente Ángel Víctor Torres y ese viceconsejero tan talentoso que le acompañaba –y le acompaña– como su seguro servidor, su mugriento paño de lágrimas y su sepulturero. Me gustaría decir –y lo hago con sinceridad– que el tuit de Pedro Vallín no merece esta tempestad de odio, este seísmo de amenazas. Y lo digo. Pero al mismo tiempo digo (porque me gusta decirlo) a Vallín y a sus seguidores y detractores: anden un buen rato, y a buen paso, a la mismísima mierda. n
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