Opinión | Aquí una opinión
Mi amigo

Mi amigo / La Provincia
Mi amigo J ha enfermado. O, mejor dicho, ha tenido un traspié con la patología que padece. De la que he olvidado su enrevesado nombre por demasiado científico para mis conocimientos y por lo doloroso del hecho.
J es enfermero. Y forma parte de mi vida aunque, ni siquiera, conozca su apellido. Sé que está casado y por la forma en que me ha hablado de su pareja, derretido de cariño hacia quien, también, ejerce la misma admirable profesión.
Desde hace muchos años, J y yo nos vemos cada semana. Él me orienta en mi voluntariado, de ese día, en su planta. Y, a pesar de la acumulación de tareas y de la importancia de las mismas, sin permitirse parar su actividad, me da alguna que otra advertencia de la posibilidad de apoyar a éste o al otro paciente ya que conoce los servicios gratuitos de nuestra ONG: psicología, trabajo social, transporte, pisos, fisio, acompañamiento, etc… Gente como él son el mejor cartel informativo que podamos imaginar.
A veces le llevo algún «regalo». Un boli publicitario que me han dado, cositas así. Él, hasta un caramelo, lo acepta con la naturalidad y la alegría de un niño que es lo que, en su fondo, sigue siendo, al no haber perdido la inocente bondad con la que nacemos. Pocos lo logran.
En cierta ocasión me sacó sangre para una analítica. Estoy acostumbrada a recibir pequeños gruñidos por la «mierdita» de venas que circulan por mi flaco cuerpo: «a ver, por donde te clavamos porque mira que…» «es que trato de cogerte la vena y se escurre hacia el otro lado»… «ay… ¡cómo te voy a dejar el brazo!». Cuando esa vez, le advertí de la debilidad del asunto, se encogió de hombros y dijo «no hay malas venas si se tiene la aguja apropiada» y ahí me clavó sin yo enterarme, algo que, creo, se llama «pediátrica». Prometo que hasta el brazo sonrió porque entendió, también, la metáfora de su respuesta… Creo que J hace lo que desearía le hiciesen a él. Cualidad que hemos ido perdiendo a causa de una especie de sordera generalizada ante el dolor de los demás. Lo que, en lejanos tiempos, llamábamos empatía. El «hoy por ti, mañana, por mí».
Nuestro servicio de carritos en consultas y hospitales de día de las áreas oncológicas, suele estar bien surtido pero, en alguna ocasión tememos quedarnos cortos de agua porque solamente se utiliza la embotellada y atendemos a cientos de personas. No es, entonces, momento de bajar a suministros y, posteriormente, a reparto, sino de buscar a J como se acude a los benditos bomberos en un incendio: a sabiendas de que hará todo lo posible, y más.
Por ello, porque J ha tenido esta recaída, me siento tan desamparada. Echo en falta su cariño de compañero y puede que haya sido ahora cuando me he dado cuenta de todo lo que aporta a mi vida alguien de quien, ni siquiera, conozco su apellido. Y va a ser que, gracias a él, otros similares amigos que me rodean a lo largo del año y que hacen tanto, aunque lo ignoren, no quedarán, por mi parte, en vanos deseos de fantasías navideñas, sino en procurar compartir con ellos, más fuerza y voluntad, también, el resto del año. Y es que, gente como J, enseña.
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