Opinión | Cambio de aires

Intuición política

Archivo - L'expresident de la Generalitat Jordi Pujol

Archivo - L'expresident de la Generalitat Jordi Pujol / Kike Rincón - Europa Press - Archivo

Se diría que la política es intuición: un instinto que huele las feromonas del adversario y percibe su debilidad o su fuerza, mientras intenta seguir navegando con las olas que se atisban desde el horizonte. El acelerón independentista de Artur Mas, por ejemplo, fue esto: la necesidad de encontrar un salvavidas ante los recortes provocados por el terremoto de las subprime en un país semiintervenido como era la España de entonces. Rajoy desaprovechó aquella crisis económica por un exceso de prudencia, mientras que Aznar la dejó pasar por la razón contraria. ¡Qué cosas! Ahora la demografía es menos amable, al igual que algunas magnitudes macro como el endeudamiento público. Pero les hablaba de Mas y me he desviado hacia dos de los antiguos líderes populares. Mas buscó salvarse y lo hizo extremando el nacionalismo. Es una tentación válida como cualquier otra. Captó el malestar de fondo que subyacía en la sociedad catalana –de la que él mismo había sido víctima tras imponer una primera batería de recortes– y decidió cabalgar el tigre sumándose a la antipolítica. Le funcionó hasta que dejó de surtir efecto.

Jordi Pujol, hace poco, afirmaba lo contrario. «Creo que nunca veremos una Cataluña independiente», ha afirmado. Sus declaraciones coinciden con la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, que ha dado el peor resultado histórico para el secesionismo catalán desde que se viene realizando este sondeo. A la decepción con el procés, se suma la llegada de una nueva generación de votantes que bascula hacia el escepticismo con los padres y con una realidad socioeconómica que reclama con urgencia ser atendida. Los problemas se acumulan por decisiones equivocadas, de lo cual nuestro país es un buen ejemplo. Pujol parece haber intuido este cambio de aires que exige un retorno a la gestión. La retórica sola no se sostiene.

Cambio de aires: Occidente gira a la derecha de forma casi unánime. Una derecha nueva, se diría, alejada de los pactos básicos que firmó la democracia cristiana con los socialdemócratas en la segunda mitad del XX. En este sentido, se acerca a lo que supuso la llegada de Reagan y Thatcher a principios de los años 80. No se trata sólo de una respuesta al estancamiento económico, sino también de una reacción cultural frente a la primacía del pensamiento progresista. Un cambio de aires, en efecto, que aún no se ha asentado en España; quizás porque el PP se mueve todavía en las coordenadas clásicas de las políticas del bienestar o porque las dos almas de Vox parecen antagónicas. Quizás también porque, en el contexto europeo, la sociedad española se ha posicionado históricamente en la parte izquierda del tablero. Los instintos, sin embargo, pueden transformarse con rapidez cuando los tiempos maduran. Así ha ocurrido en los Estados Unidos a medida que el partido demócrata ha abandonado su tradicional base obrera, asumida ahora por el partido republicano en su formato trumpista. ¿Sucederá igual aquí? De hecho, el cambio ya ha empezado de algún modo. Y seguramente continuará al ritmo de los escándalos de corrupción que asedian al PSOE y de una macroeconomía dopada que no se traduce en calidad de vida. Si la política es intuición, las preguntas son quién sabrá leer mejor el futuro y qué llegará después del sanchismo: ¿los partidos históricamente centrales o las formaciones situadas en los extremos?

Tracking Pixel Contents