Opinión | Sangre de drago
La corona del adviento

Calendario de adviento.
Antes de que llegue la Navidad, y como preparándola, iluminamos progresivamente una corona de hojas verdes -de ramas de hojas perpetua-, con ese doble significado de circunferencia y eternidad con que se reviste simbólicamente la esperanza. La corona de Adviento nos ofrece una ayuda importante para superar el desánimo, la desesperanza y la tristeza. Hay esperanza para cada dificultad que se presenta en el camino. Siempre hay una ventana que se abre cuando se cierran las puertas. Un símbolo elocuente de preparación de la Navidad: la corona del Adviento.
Cuatro cirios de cuatro colores se van encendiendo progresivamente. A veces todas las velas son moradas, menos la tercera que es rosada. Pero me gusta que las cuatro sean distintas, marcando el tono especial de cada una de las cuatro semanas del Adviento: morada, verde, roja y blanca. Porque no hay semanas iguales, dias iguales. Cada día de nuestra vida es diferente y encierra novedades que nos exigen aprender a mirar. No hay dos personas iguales, ni dos actitudes iguales, ni siquiera los problemas son iguales los unos a los otros. Todo es pluralidad y diversidad dentro de la complejidad en la que habitamos. Y todo encaja en ese orden redondo que acontece revestido de gratuidad generosa, de esperanza.
Este pasado domingo hemos encendido la primera vela de la corona del adviento.
Con algo de imaginación valdría darle animación personal a cada una de las velas e imaginar su conversación durante este próximo mes. Y contemplar como la blanca se cruza de brazos y espera a que le llegue su turno sabiendo que luce a fiesta y tendrá menos tiempo que las demás para brillar. La fiesta siempre es breve, comparativamente breve respecto al resto de nuestra vida. Como la morada se desgasta mucho manteniendo su lámpara encendida tanto tiempo, muchos tiempo de dura y morada dificultad, hasta que termine de completar el rosco esperanzado. Y en medio de ambas luces, la primera y la última, la verde y la roja señalan con sus colores sociales las posibilidades y los límites, las dichas y los peligros, como ese cemáforo diferencial que llamamos conciencia. Un tiempo de revisión otorgándonos la posibilidad de descubrir las verdades y las mentiras, las bondades y las maldades, los mandatos y las prohibiciones que conforman la existencia personal social e histórica de nuestra realidad.
Cada una con su tono de voz y su color, con su tiempo y su labor, hasta que al final, afinadas y dirigidas por la batuta tierna del recién nacido, entonen juntas el villancico glorioso que cantan en el cielo los ángeles de la noche santa.
Esta hermosa tradición nórdica que se ha encajado definitivamente en nuestra tradición navideña de preparación, nos regala ideas verdaderas -mejor dicho, datos contundentes- sobre lo que la navidad puede realizar entre nosotros. Cuendo Dios asume el riesgo de humanarse, cuando la historia es ya divina, -anónima y discretamente divina-, las diferencias son coherentes y complementarias, y nadie sobra en el camino de la esperanza.
Todo va a ir bien. Todo tiene sentido. Vamos en la dirección adecuada.
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