Opinión | El recorte
Hartos
Según el CIS, un organismo que genera extrema desconfianza en los resultados de sus trabajos, la sociedad española desconfía de los partidos políticos, los sindicatos, los gobiernos y los medios de comunicación. Para llegar a esa conclusión se podrían haber ahorrado lo que se hayan gastado en encuestas.
El Estado se sostiene sobre el pilar de la fiscalidad. La gente paga una parte de lo que gana con el sudor de su frente para mantener los gastos comunes y ser solidarios con los que menos tienen. Pero cuando el Estado Fiscal se convierte en un estado fecal, lo normal es que el contribuyente termine hastiado y cabreado. Porque observa que los partidos políticos y los sindicatos se han convertido en una agencia de colocaciones y de enchufes y que el dinero de sus impuestos acaba sosteniendo una casta que se concede todos los privilegios y no cumple ninguna de sus obligaciones.
El relato de nuestra vida pública reciente es una mezcla de hipocresía moral y encanallamiento. El proceso de indignación que surgió el 15M del año 2011 culminó con el surgimiento de unos partidos políticos que venían a regenerar la vida política y acabar con la ciénaga de favores y corruptelas producidas por el bipartidismo. En solo unos pocos años ese movimiento acabó demolido. El líder regenerador, Pablo Iglesias, acabó contradiciendo su discurso, instalándose en las mismas canongías que criticaba y colocando a los suyos en las nóminas y las dietas. Y finalmente, aplastado en las urnas.
El final de las Cajas de Ahorros en España, entidades de banca pública, fue un estallido de deudas provocadas por la nefasta gestión de políticos, sindicatos y empresarios fenecidos entre comidas y fastos que nos costaron cien mil millones de rescate. Cada vez que hay una etapa de gobierno terminan saltando las tapas de las alcantarillas. Le pasó al PP con sus Bárcenas y sus bigotes y le está pasando al PSOE, con un Sanchismo que está naufragado en ministros de vida disoluta y tramas de pelotazos dados al amparo del poder. El presidente del Gobierno tiene a su esposa y su hermano imputados en causas de presuntas ilegalidades. Y las noticias de las compras multimillonarias de material sanitario durante la pandemia tiene al personal consternado al ver de qué manera se gastó el dinero público.
¿Qué confianza se puede tener en un sistema donde los actores no se respetan a sí mismos? Los partidos políticos están suicidando el prestigio que alguna vez tuvieron abriendo la puerta a quienes consideran un fraude este sistema de libertades, que es el menos malo conocido. Este Gobierno, como también hicieron los anteriores, no ha tenido el menor empacho en indultar a algunos de los suyos que fueron condenados por meter la mano o por meter la pata. Jamás se había retorcido tanto la legalidad al servicio de los intereses. Lo que antes se negaba, por inconstitucional e ilegítimo, ahora se defiende, como la amnistía a los independentistas que sostienen a Pedro Sánchez en el poder. Y hasta el Fiscal General del Estado, el acusador mayor del reino, ha sido imputado por meterse en el fango. ¿De verdad nos extraña que la gente esté harta de todo estoy todos estos? A mí no.
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