Opinión | Familia

Mercè Marrero Fuster

El abuelo de Martín

Abuelos

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Martín es un chico con suerte. Él lo sabe, pero seguro que, a medida que cumpla años, será más consciente y valorará más su fortuna. Martín es un chico con suerte por múltiples razones. Que mi amiga Mar sea su madre es una de ellas, pero que Miguel, padre de mi amiga Mar, sea su abuelo es el mayor de los motivos.

El abuelo de Martín comenzó a trabajar a los ocho años como botones del único hotel que había en su pueblo de Granada. A la edad en la que, hoy, nuestros hijos salen con su babero de la escuela y nosotras les esperamos amorosamente con la bolsita de la merienda, él ya estaba cumpliendo con una jornada laboral. De botones pasó a ayudante de cocina y, con esfuerzo, a jefe de partida. Como los fogones se le daban bien, ascendió a responsable máximo. Ese pueblo granadino se le hizo pequeño para poder alcanzar un mínimo de calidad de vida y, como hicieron muchos andaluces, se embarcó hacia Mallorca. Todavía no era mayor de edad.

El abuelo de Martín conoció a la abuela de Martín jugando, en la playa, a su mayor afición: el fútbol. «Sólo podía permitirse aficiones baratas porque todo el dinero se lo enviaba a la familia», cuenta Mar. En la isla trabajó duro. Al principio, en hoteles y, un día, decidió liarse la manta a la cabeza y, junto a un socio, abrió su primer restaurante. Más tarde se emancipó, alquiló un negocio y, pasados unos años, invirtió y compró el suyo propio. Mar cuenta que su padre se iba a las seis de la mañana y llegaba pasadas las dos de la madrugada. No lo veía mucho, pero, sin duda, cree que es el mejor padre del mundo.

Miguel se jubiló a los 50, se apuntó a un centro de adultos, viajó de aquí para allá, comenzó clases de pintura y las dejó al poco porque el dibujo no es lo suyo. A los 65 decidió sacarse el graduado escolar y aprobó con un sobresaliente.

Mi amiga Mar es madre de dos niños, el pequeño es Martín. Está divorciada y trabaja de sol a sol. Cuando el benjamín quiso apuntarse a fútbol, hacía encajes de bolillos para llevarlo, traerlo, esperar durante el entreno y acompañarlo por todos los campos de la isla (que no son pocos). Así que, el abuelo dio un paso al frente y, para poder pasar tiempo con su nieto, compartir aficiones y aligerar las cargas de su hija, decidió sacarse el título de entrenador. Rondando los 70, estudió e hizo las pruebas para convertirse en preparador deportivo. Miguel ha sido, durante años, el segundo entrenador del club de fútbol de Martín. Segundo porque, si era el primero, sus decisiones podían malinterpretarse o perjudicar al pequeño. Segundo porque, así, se centraba en lo esencial: disfrutar del deporte y, sobre todo, de su nieto.

Martín es un privilegiado. El esfuerzo de su abuelo por estar cerca de él y participar en su crianza son ejemplos. Mar es afortunada. Tiene un padre que la apoya incondicionalmente. Sin él, no habría podido trabajar como lo ha hecho. Y Miguel es el protagonista de una verdadera historia de amor. Alguien que mueve montañas para que los suyos sean felices y tengan una vida mejor.

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