Opinión | El recorte

…y sin frenos

El secretario general del PSOE-M, Juan Lobato, comparece este martes ante los medios en la Asamblea de Madrid tras el cuestionamiento a su actuación de certificar ante notario unos mensajes de WhatsApp con la directora del gabinete del ahora ministro Oscar López. EFE/ Sergio Perez. añade textos y fotos

El secretario general del PSOE-M, Juan Lobato, comparece este martes ante los medios en la Asamblea de Madrid tras el cuestionamiento a su actuación de certificar ante notario unos mensajes de WhatsApp con la directora del gabinete del ahora ministro Oscar López. EFE/ Sergio Perez. añade textos y fotos / SERGIO PEREZ

Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros. A Churchill se le atribuye la famosa reflexión de que en el Parlamento los adversarios se sientan enfrente y los enemigos a tu lado. Eso mismo parece demostrar la historia de Juan Lobato, secretario general y portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid.

La historia comienza porque a Lobato le mandan desde Moncloa –la jefa del gabinete del jefe de gabinete del presidente– una copia del mensaje que remitió a Hacienda el novio de Isabel Díaz Ayuso en el que ofrece un pacto de conformidad con el fisco a cambio de declararse culpable, pagar medio millón de euros de multa y aceptar una condena de ocho meses por delito fiscal. Se trataba de un documento sobre las relaciones de un contribuyente con la administración tributaria. Y Lobato, técnico de Hacienda, sabe que manejar públicamente datos de un ciudadano puede constituir un delito.

Así pues, por lo que hasta ahora se sabe, Juan Lobato le dice a la responsable de Moncloa que no lo va a usar ni de coña sin que le aclare el origen lícito del texto. El cruce de mensajes acaba en que la jefa de gabinete le adelanta que algunos medios van a publicarlo y que de esa manera ya lo podrá manejar al día siguiente en el pleno de la Asamblea de Madrid, para reventar a Díaz Ayuso. Cosa que, por cierto, Lobato hizo obediente.

Pero luego empieza el jaleo. Al fiscal general del Estado le acusan de haber filtrado el documento. La UCO hace un registro en sus oficinas, incautándose de teléfonos y ordenadores, y elabora un informe en el que asegura que Alvaro García Ortiz, el fiscal, tiene un papel «preeminente» en la filtración de datos confidenciales de un ciudadano relevante por ser el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y entonces Lobato, que empieza a tener la mosca detrás de la oreja, se planta en un notario para dejar constancia de los pantallazos de sus mensajes con Moncloa y asegurarse de que a él no le puedan emplumar por manejar un documento obtenido de forma presuntamente delictiva.

O sea, Lobato se está comportando como si le hubieran preparado una trampa. Como si desde Moncloa le hubieran dicho «pasa tú delante, que a nosotros nos da la risa». Porque él fue quien enseñó y exhibió una copia del documento publicado pero sin marca de agua. No una página de periódico. Y por lo tanto está expuesto a que un juez le pida explicaciones de cómo se hizo con él de forma lícita. Que es justo lo que va a pasar.

El nivel de encanallamiento de los partidos políticos está alcanzando cotas inéditas. Cuando un destacado líder socialista como Juan Lobato, no demasiado querido por Pedro Sánchez, se comporta con los suyos como si estos le estuvieran tendiendo una celada, apaga y vámonos. Esto va más allá del fuego amigo. Juan Lobato va a ser fulminado por el aparato sanchista que le acusa de haber revelado –al notario– una conversación privada con una compañera de partido de Moncloa. Pero lo que se revela claramente de esa conversación es que en Moncloa conocían el documento antes de ser publicado. Y eso es tan grave como la propia filtración del famoso mensaje. Los poderes del Estado al servicio del odio partidario. Vamos de culo y sin frenos. n

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