Opinión | Dejar la red x
Miki Otero
Twitter era una cervecería de Múnich

Archivo - El propietario de X (Twitter), Elon Musk / Kirsty Wigglesworth/PA Wire/dpa - Archivo
Los bares pueden ser familia de adopción, terapeuta gratuito (donde exponer las miserias íntimas), teatro improvisado (para conocer a nuevos personajes) y parlamento alternativo (en el que debatir los problemas colectivos y la agenda política del momento). El problema, por tanto, no era que Twitter fuera un bar ruidoso. El problema es que Twitter, o X, se está convirtiendo, más bien, en una cervecería de Múnich de los años veinte. La Hofbräuhaus o la Bürgerbräukeller, por poner un par de ejemplos, uno de esos locales gigantescos donde en cualquier momento un retaco con bigotito podía estampar una jarra, subirse a una silla y proclamar la supremacía de la raza aria.
Esa red social, que eleva determinados discursos odiosos y te impide charlar con tu afín, se parece también a una especie de cantina de La guerra de las galaxias de extrema derecha, una barra llena de personajes rarísimos que, si te descuidas, orinan en tus zapatos, te ofrecen estampitas del Palmar de Troya o calendarios de tías de los ochenta en pelotas, ponen dinero en la jukebox para que suene El novio de la muerte o en el pinball aquel de la esquina de Las lobas de la SS.
No es extraño, por tanto, que mucha gente haya salido al aire limpio y al cielo azul. Infinidad de personas se han abierto una cuenta en Bluesky, que, al menos de momento, tiene el aire del local que acaba de abrir sus puertas: huele a desinfectante, entra claridad de fuera, los camareros están de buen humor porque empiezan el turno y todavía no han llegado esos cuatro que vienen a última hora a dar por saco. Hay quien bromea con que en Bluesky te dan cruasantitos y café gratis, como haciendo mofa de un hipotético bar de coworking con gente con jersey de cuello de cisne. Si acaba así sería un absurdo, porque los bares son el lugar donde, también, te encuentras con el diferente e interactúas con él. Pero una cosa es el diferente a ti y otra muy distinta es el energúmeno machista y racista que se cisca en el consenso de un mundo humanamente aceptable.
No es necesario inflar de épica el gesto. He leído verdaderas majaradas estos días: irse de Twitter era sumarse a una revolución, y quedarse, un acto de resistencia. He llegado a leer, ojo, que los que se van de Twitter son los mismos que se habrían largado de Stalingrado cuando llegaron los nazis. Mirad, se parecería algo más a los que se largaron de Moscú cuando llegó Napoleón, para dejarle la ciudad vacía, porque una ciudad vacía no es una ciudad. Pero ni siquiera es eso.
La gente se ha ido por una mezcla de agobio y rabia. Es curioso cómo los que se quedan (porque nada les espera fuera o porque tienen demasiado, demasiados seguidores, dentro) sobreactúan y rajan de los prófugos (tal y como sucede algunas noches con los primeros que abandonan la farra). El caso es que muchos han probado el cambio de bar y nada más entrar en el nuevo, mucho más tranquilo, uno siente ese alivio que te asalta cuando de repente se apaga la campana extractora de la cocina y caes en lo mucho que te irritaba el ruido que hacía.
Yo no sé, en definitiva, cuántos se habrían quedado en la cervecería de Múnich cuando empezaron a pasar cositas. Sobre todo porque un bar no es nada, nada más allá de la gente que se relaciona dentro de él. No le debemos nada al bar, o a la plataforma, sobre todo si su dueño es tan cercano a los que vienen a ensuciarlo. Será por bares, será por gente. n
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