Opinión | A babor

El adiós de Román

Román Rodríguez.

Román Rodríguez. / EP

La historia de Nueva Canarias, sus adaptaciones y bandeos, sus conflictos internos y la explicación oficial de esos conflictos, está íntimamente ligada a la personalidad de su presidente, Román Rodríguez, presidente de Nueva Canarias desde su fundación en febrero de 2005, hace dos décadas. Como partido, Nueva Canarias surgió de la escisión grancanaria de Coalición, año y pico después de que Román no lograra que se revalidara su nominación a la Presidencia del Gobierno regional. Derrotado frente a Adán Martín, Román se mantuvo en Coalición Canaria hasta conseguir ser elegido diputado a Cortes por la lista coalicionera, en las elecciones de 2004, para –a principios de 2005- forzar una dramática escisión del nacionalismo canario y crear una organización propia, un partido -Nuevas Canarias- que logró incorporarse en 2007 a la gobernación del Cabildo grancanario, en alianza con el PSOE. La nueva fuerza política puso de manifiesto la cintura y capacidad de adaptación de su líder, pero también demostró ya desde su primera confrontación en las urnas, su absoluta incapacidad para trascender la Isla y convertirse en alternativa al proyecto político de Coalición Canaria.

Desde sus inicios, Nueva Canarias intento ampliar su espacio electoral con acuerdos difícilmente explicables –más allá de la mera conveniencia–, como apuestas ideológicas. Román defendió y logró cerrar –a veces simultáneamente– pactos preelectorales con grupos municipales progresistas, con grupos más conservadores o con personas con programas políticos completamente enfrentados: se alió con Dimas Martín para obtener votos en Lanzarote y con Santiago Pérez para lograrlos en Tenerife, cerró acuerdos con ex dirigentes del PP, con grupos municipales cristianos, de izquierda y de derecha. Fue en vano. En algún proceso electoral sumo formalmente un diputado en Lanzarote o en Fuerteventura, que en realidad respondían a otras disciplinas. Y no logró entrar en Tenerife a pesar de ensayar todo tipo de fórmulas, la última, reconvertido ya su partido en una difusa definición como canarista, ofreciendo a los restos de Ciudadanos capitaneados por Enrique Arriaga, participar en las listas de Nueva Canarias en Tenerife, algo que finalmente no prosperó. Pero el mayor error de ese animal político de largo recorrido que es Román Rodríguez consistió en creerse las encuestas que encargó y pagó desde la vicepresidencia del Gobierno regional, y que le auguraban hasta siete diputados, los suficientes para resultar determinante en la que había de ser la segunda legislatura en el Gobierno del pacto de las flores.

El exceso de seguridad y un punto de soberbia –que suele acompañar la mayoría de sus decisiones– le llevó a presentarse por la lista regional, y a quedarse por eso fuera del Parlamento. Una derrota inapelable, pero a pesar de sufrirla, el que fuera presidente bis del gobierno floral, no renunció a continuar en la presidencia del partido, y convenció al grupo parlamentario para pagarle un salario presidencial. Supongo que –a sus 68 años extraordinariamente bien llevados– Román creyó posible aguantar una entera legislatura e intentarlo de nuevo. Su negativa cerrada a renovar la dirección de un partido que es suyo y de sus amigos, pero en el que los votos los ponen los alcaldes, provocó una creciente desintonía con el llamado grupo de los rebeldes -Gáldar, Tejeda, Valsequillo, Agüimes, Agaete, Guía, Santa Lucía, Firgas, San Bartolomé y Arucas–. Las tensiones comenzaron nada más conocerse los resultados de las legislativas, y se hicieron más que evidentes tras las europeas, donde la desmovilización de los rebeldes provocó que Nueva Canarias, integrada en la Coalición Sumar, obtuviera apenas la mitad de los sufragios conseguidos en solitario en las regionales.

Desde entonces, la ruptura de Román con los alcaldes ha sido un asunto cantado, al que sólo había que poner fecha. Habrá quien crea que la ruptura es por una cuestión ideológica, o por el deseo de confluir con Coalición Canaria en la refundación de un nacionalismo con mayor peso de Gran Canaria. En realidad, los factores determinantes no son en absoluto esos. Han pesado más otros factores: por un lado la percepción de que el liderazgo de Román está definitivamente agotado. Por otro, la petrificación de una dirección que vive en el pasado, y que no ha entendido que quién tiene los votos debe tener también el mando. Y por último, la percepción de los ediles grancanarios de que es absurdo mantener un enfrentamiento abierto con el nacionalismo en el Gobierno.

No creo que la ruptura con Román conduzca ya a la reunificación del nacionalismo. Es más probable que los alcaldes rebeldes cumplan sus acuerdos –por la cuenta que les trae– en ayuntamientos y Cabildo. Pero mientras los mantienen, trabajarán para crear una plataforma política insular, que ofrecerán a otras fuerzas municipales y a personalidades grancanarias. Parece probable que esa plataforma acabe pactando una lista común con Coalición. Pero aún faltan años –dos, al menos– para que tal cosa se plantee. Y en dos años puede pasar de todo. De todo, menos que Román vuelva por sus fueros. n

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