El dinosaurio

Entonces despertó, y Trump todavía estaba allí. Se frotó los ojos, no podía entender que aquella especie extinguida hubiese regresado para reinar en este lugar del tiempo. Recordó que el tyrannosaurus, lagarto tirano, era el más poderoso superdepredador. Intentó levantarse despacio para no llamar la atención de la bestia. Palpó dentro del bolsillo deseando que a su móvil le quedase batería. Marcó el número de emergencias, seguro de que las fuerzas demócratas geolocalizarían su posición y acudirían dispuestas a acabar con Trump-Rex. El móvil emitió un pitido, lo suficiente para que T-Rex se percatase de que no estaba solo. Se quedó paralizado por el miedo, mientras el viejo titán posaba sus ojos vidriosos en lo que aparentaba ser un extraño mono sin pelo en el cuerpo. Entregado a la idea de convertirse en su alimento, el instinto de supervivencia le impulsó a agacharse. A T-Rex le entró curiosidad y tras soltar un bufido, sacó su gruesa lengua roja y empezó a lamer la cabeza y las orejas de aquel animal inferior. De repente, se escuchó un tronar de disparos, las patrullas demócratas se acercaban. Trump Rex se revolvió y corrió hacia ellos, el choque era inevitable. Los balazos apenas hicieron mella en su pecho acorazado, fue muy fácil estrujar la camioneta con sus enormes dientes y lanzar por los aires a la patrulla demócrata de rescate. Aprovechó para salir disparado de la escena, pero Trump-Rex nunca olvidaba, así que se abalanzó a por su presa. Logró trepar a un árbol solitario y consiguió agarrarse a la copa más alta. El coloso lo observaba con paciente rabia. Atisbó el horizonte y divisó varias formas aproximándose. Su temor confirmó lo inesperado, llegaba una manada de T-Rex. Entonces, supo que, en este lugar del tiempo, el verdadero dinosaurio era él, extinguido por aquel meteorito de pesada cola larga y manos pequeñas como garras. n