Opinión | En el camino de la historia
La caricatura del poder

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La caricatura es aquella descripción en que se deforman los rasgos del personaje que circunscrita a los que ejercen el poder es lo que abunda por mucho que se afanen en ser más de lo que son. Píndaro, uno de los grandes poetas líricos de la Grecia clásica, nos lega la sabia frase: «llega a ser lo que eres». Por lo que por ímprobos esfuerzos que se empeñen ciertos detentadores del poder en ser diferentes a lo que aparentan, de nada les vale puesto que seguirán siendo lo que son aunque lo disimulen con algún que otro camuflaje; con algún que otro atisbo de realidad que vaya a dar por el pueblo que dice representar algo más; pero su condición, su esencia les delata y al final los disimulos se evidencian, los gestos hablan por sí solos y, sobre todo, la mezquindad de su incompetencia.
Y cuando llegan a preparar su huida ante la ausencia de responsabilidad ya los coge con el pie cambiado de su decadencia que ni lo notan, ya que es tal la borrachera de poder que el descontrol de su desequilibrio producido por el síndrome de Hybris con quien se define al héroe que conquista la gloria ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un dios capaz de cualquier cosa.
David Owen en su dimensión profesional de neurólogo en su libro En el poder y en la enfermedad habla de una patología que afecta a determinados políticos, que se inicia con una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada. Es tan evidente que llegando ese momento les importa que el sol salga o se ponga por donde quiera aunque el agua y el barro de la catástrofe, lejos de ellos, coja alturas considerables, sobrepasen puentes, casas, fábricas y, sobre todo, a cualquier ser humano que la sufra.
Los personajes de la historia que han detentado poder siempre les irá bien mientras lo disfruten en todos sus ámbitos, donde sin su concurso y sus decisiones aunque sean amparadas por el silencio y la incompetencia, una vez que comiencen a perder ese poder que encandila empieza a declinar al intentar asumirlo y no lo consigue tendrán programadas las citas para tratar su depresión coadyuvante al comprobar que el personaje que quiso ser se quedó en el que ha sido siempre, que al ver que su inefabilidad se queda en palabras huecas, apenas sin sonido, sus gestos adustos y de preocupación artificial se quedan en un mutismo que ni desde el poder están acostumbrados a desarrollar.
El poder se convierte en una caricatura de sí mismo acercándose a la fatalidad cuando dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar porque piensan que sus ideas son las correctas, aunque finalmente se demuestren erróneas, que no han servido para nada, dado que jamás reconocerán su equivocación y seguirán pensando que están en la senda de la verdad, dando un nuevo trazo a la caricatura que se han construido, ya camino del esperpento.
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