No le creo

La ironía también se ahoga y queda enterrada bajo el fango de la propaganda, las excusas, las explicaciones enlaberintadas, los reproches mutuos e infinitos, el guerracivilismo de la gota fría . Pongamos que simplemente no le creo, presidente, y no creerle me produce muchísima más amargura que satisfacción. Usted se presentó ayer ante los medios de comunicación para asegurar que el Gobierno estuvo desde el primer segundo preparado «para dar una respuesta proporcionada a la magnitud de esa tragedia». Y eso lo dice cuando ha celebrado el Consejo de Ministros extraordinario justo una semana después de la hecatombe. Y no, no es porque su equipo haya aprovechado para recoger información sobre los daños, porque todavía no existe una evaluación, siquiera aproximada, de la destrucción y de los desperfectos. Seguro que el país (guiño, guiño) dispone de un millar de columnistas para explicar las razones de esta semana; yo, por mi parte, gañán de provincias ultraperiféricas, soy absolutamente incapaz de entenderlo, porque además sigo renunciando a la psicopatología para analizar su comportamiento y sus decisiones políticas. Al menos, por el momento.

Y luego están sus medidas. Un plan de ayudas por valor de 10.600 millones de euros, trompetea usted. Ya que usted está dispuesto a una quita importante de la deuda financiera de Cataluña con el Estado, aunque sin explicar jamás, y han pasado ya tres meses, el nuevo modelo de cupo catalán que negoció con ERC, quizás debería haber anunciado que su Ejecutivo condona el 50% de la deuda pública de la Comunidad valenciana o que diluirá su abono en un plazo mínimo de veinticinco años. Porque Valencia está arruinada, y no saldrá de este infarto económico en pocos meses. Se necesitarán al menos seis o siete años si se hacen las cosas medianamente. No se trata de levantar o reconstruir. No es suficiente. Está la imperiosa necesidad de que esto no se repita. Y ahí entran la planificación, el urbanismo y la ingeniería. El coste financiero será altísimo: vaya usted tocando en la puerta de la Unión Europea. El precio para corregir las estupideces e imprudencias constructivas y urbanísticas acumuladas desde los años sesenta se elevará a varias decenas de miles de millones de euros. Consígalos de donde sea. Déjelo como una parte de su legado. El legado –una aclaración– es lo que de positivo dejará usted por su gestión pública. Porque verá, su legado no puede ser usted mismo. Su legado no puede consistir en continuar en el poder sea como sea, ese doloroso sacrificio suyo para evitar que mañana en España no ondee la esvástica y Santiago Abascal nos prohíba leer a Manuel Jabois. Respecto a su plan de ayuda ha debido usted de acompañarlo de una pequeña agenda normativa y reglamentaria para su aprobación urgente por las Cortes, una agenda que tenga como objetivo desburocratizar y simplificar al máximo los procedimientos administrativos para recibirlas. No le pida a usted a los damnificados y los deudos que se pongan a rellenar papeles, sellar solicitudes y acudir a oficinas. Dispone usted de datos mercantiles, fiscales, registrales y laborales para calibrar las ayudas y remitirlas a las víctimas. Tome ejemplo de la administración federal de Estados Unidos que en caso de desgracias –covid, huracanes, inundaciones- evita papeleo y envía cheques u ordena transferencias bancarias. La desburocratización de las ayudas económicas en situaciones de catástrofe ha devenido imprescindible después de experiencias tan frustrantes como las de la crisis volcánica de La Palma.

Yo no deduzco de sus palabras que usted condicione la materialización de ese paquete de ayudas a la aprobación de su proyecto presupuestario. Pero sí creo que está usted en el deber, en esta situación, de ofrecer una negociación particular con el PP sobre los presupuestos del año del 2025 y el impacto de la catástrofe del Levante en los mismos. Nada es lo mismo desde hace una semana. Nunca más lo será.

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