Opinión | Un carrusel vacío

«Orejos» y reinas del pop

«Orejos» y reinas del pop

«Orejos» y reinas del pop / El Día

Las últimas semanas no se ha hablado de Rosalía o de Bad Bunny, sino de La Oreja de Van Gogh, el grupo de mi adolescencia. Leire Martínez, la vocalista desde 2008, ha sido despedida por los mismos compañeros que la contrataron en su día para sustituir a Amaia Montero, el alma del grupo desde su fundación. En 2007, Amaia se marchó por supuestas desavenencias con los «orejos» y algunos fans nunca lo superamos. Aunque Leire imitaba su tono, le faltaban esos matices tan característicos, tan cristalinos, de Montero, y el estilo de la banda, desde 2008, se internaba por sendas que no me terminaban de convencer. Yo, que conocía de memoria todas las canciones de cada álbum, intenté darle una oportunidad al primero con Leire, A las cinco en el Astoria, pero acabé descolgándome. La nueva etapa «orejil» era muy distinta a lo que siempre había conocido. No sé si mejor o peor, pero a mí me había dejado de interesar. Mi fascinación por el grupo, que había empezado en la adolescencia –El viaje de Copperpot fue lo primero que escuché en mi walkman, a los once años–, terminaba con ella.

Pero, más allá de mis preferencias, la abrupta salida de Leire tiene algo de inquietante. Escucharla cantar «Rosas» en el último concierto, llorosa y emocionada, resultó descorazonador. Da la impresión de que, a pesar de tirar del carro durante la friolera de diecisiete años –sus compañeros serán muy buenos compositores y músicos, pero, ¿qué habrían hecho sin la voz?–, ha sido despedida sin el reconocimiento que merecía. Ni siquiera participó en el comunicado que el grupo ofreció a los medios para anunciar la ruptura. Ahora, la polémica está servida: hay quien cree que contratarán a una nueva vocalista, mientras otros apuestan por el regreso de Amaia, que realmente nunca se fue, ya que, según ha revelado Vanitatis, la cantante posee el 20% de la sociedad que fundó junto a sus compañeros en 1999. Montero no confirma ni desmiente. Hasta la fecha, lo único que se comenta es que colaborará con ellos en un concierto en 2025. ¿Sería dicho evento la puerta de entrada a un regreso definitivo?

El de Amaia es, desde luego, un caso paradigmático de la decadencia de las estrellas musicales, como si la letra de aquella canción de su segundo disco, «Pop», hubiera sido escrita para ella: «Eres la reina del pop, / una diva sin nombre, / un montón de ilusión. / Eres facturas y alcohol, / una foto borrosa, / una flor sin olor». Sorprende que la figura que aparece ahora en los medios, superviviente a desintoxicaciones y operaciones estéticas, sea la misma chica de pelo oscuro que caminaba por la Playa de la Concha, allá por 1998, en el videoclip de su segundo sencillo: «Soñaré». El timbre cristalino y dulce de su voz se fue impostando al mismo tiempo que su cabello se aclaraba progresivamente, algo que comenzó a notarse en Lo que te conté mientras te hacías la dormida (2003) y quedó confirmado en Guapa (2006). Después de LODVG, ya durante su carrera en solitario, aquella especie de rancheras flamencas terminaron por bajarla del pedestal artístico en el que muchos la habíamos situado. En 2012, la vi en directo por primera vez en un Rock In Río, cantando canciones de La Oreja, y me pareció un viejo mito venido a menos. Lejana, como mi adolescencia.

No obstante, me atrae la idea de ese concierto de reencuentro, aunque, después de la salida de Leire, no pueda ver a los «orejos» con los mismos ojos. Los «orejos», cuyos nombres nunca llegué a aprenderme, porque, en mi mente, Amaia era el grupo. Pero Pablo Benegas, Álvaro Fuentes, Xabi San Martín y Haritz Garde son, sin duda, el cerebro de la banda, a pesar de que necesiten un alma para que esta funcione. ¿Qué sucederá ahora?

A los nueve años, la única música que conocía era la que me enseñaban mis padres. Cuando escuché «Soñaré» en la radio del coche de mi padre, algo se me removió por dentro: parecía hecha para gustarme. Fue la primera vez que me emocionó un grupo descubierto por mí misma. Amaia, a mis oídos, tenía la voz más bonita del panorama nacional. Las letras, a veces, dejaban un poso de poesía, como «El atardecer, sentado en mis rodillas, se come una naranja». Yo también «He soñado siempre con poder volar» y la juventud sigue siendo, en mi imaginario, esa «chica del gorro azul». En otras ocasiones, el invierno me hace recordar «por qué tiene tanta luz este día tan sombrío». Y así, encadenando letras y canciones, una se da cuenta de que no está tan lejana, en realidad, la adolescencia. Que la llevamos dentro, como un segundo corazón, perfumada de alas, que, «como dijo algún genio, / esta vida es un sueño». Ay, Calderón.

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