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Joan Tapia
Austria, ¿el milagro azul?

El líder del ultranacionalista FPÖ, Herbert Kickl. / EP
Herbert Kickl, el líder del FPÖ, el partido de la extrema derecha austriaca, evocó el domingo por la noche, tras ganar las elecciones con el 29% de los votos, «el milagro azul» (el color de su partido). Era la primera vez que el FPÖ ganaba. Y con un gran aumento de los votos, que le da 58 diputados (27 más) y una clara ventaja sobre el PP austriaco que, con el 26,4%, se queda con 52 diputados (pierde nada menos que 19). Los verdes, socios de coalición del PP, caen a 15 escaños (12 menos).
Es un triunfo del FPÖ, que capitaliza toda la protesta contra la actual coalición PP-Verdes. Y los socialistas, con gran tradición en Viena, no recogen el descontento y se quedan con los mismos escaños (41). La campaña radical de Kickl contra la inmigración (habla de «remigración», o sea, de expulsión masiva de inmigrantes) ha contribuido. Austria es un país de 9 millones, la inmigración ha crecido y 1,8 millones ya han nacido fuera.
En Austria no hay cordón sanitario (Kickl ya fue ministro del Interior en coalición con el PP), pero que tenga la presidencia del Gobierno es otra cosa. Además, el líder democristiano (PP) ha excluido del todo la formación de un Gobierno con presencia de Kickl, que ha radicalizado a su partido.
Solo hay dos salidas, ninguna alentadora. Una coalición dirigida por el PP con el FPÖ, pero en la que Kickl no esté en el Gobierno (podría presidir el Parlamento). Pero eso llevaría a asumir muchos postulados del FPÖ. La otra es volver a los gobiernos de gran coalición (conservadores y socialistas), lo que también tendría mayoría absoluta. Aunque este retorno podría ser visto como un veto al ganador de los partidos de siempre. E incluso primar sus expectativas de futuro.
Pero el gran desafío no es Austria sino la fuerza creciente de la extrema derecha que hace bandera del rechazo a la inmigración, absolutamente necesaria (declive demográfico) para que la economía europea no se paralice. En las elecciones de septiembre, en tres länder alemanes la AfD ganó por primera vez en uno (Turingia) y quedó segunda ante la CDU en Sajonia y ante el SPD en Brandemburgo. La AfD no gobernará por el cordón sanitario pero, para ello, la CDU y el SPD tendrán que pactar con un nuevo grupo de izquierda radical (escisión de los comunistas de Die Linke), también reticentes (aunque menos) a la inmigración y a la UE.
En Francia, Marine Le Pen ganó la primera vuelta de las elecciones en julio y perdió la segunda por la alianza del centro-derecha y la izquierda. Pero con el sistema inglés (el primer partido en cada circunscripción se lleva el acta) habría ganado. Y Marine Le Pen quiere (y puede) relevar a Macron en 2027. En Holanda, la extrema derecha participa con cinco ministros en un Gobierno de coalición, pero Geert Wilders, su líder histórico, se ha tenido que quedar fuera.
Algo distinto es el caso de Italia, donde Giorgia Meloni, de un partido posfascista, ganó las elecciones de 2022 en una alianza con los sucesores de Berlusconi (PP italiano) y con la Liga Norte. Pero Meloni ha suavizado sus reticencias a Europa e intenta llegar a acuerdos con el PP en Bruselas.
¿Qué une a estos partidos –que son diferentes– y por qué suben? Por una parte, expresan la protesta contra los partidos tradicionales, acusados de adueñarse de la democracia. Por la otra, nostalgia de la identidad propia y del viejo orden nacional ante Bruselas y el gran vendaval de la globalización y la revolución tecnológica. Y lo más llamativo de la globalización es la emigración de los países poco desarrollados (muchas veces, de otras razas) al rico mundo occidental.
Sus dirigentes pueden ser de extrema derecha, autoritarios y racistas, pero sus votantes son muchas veces (el de Le Pen es el primer partido obrero de Francia) ciudadanos que se sienten «desamparados» ante la globalización y la riqueza de las ciudades, más prósperas y liberales.
No hay milagro contra la extrema derecha, aunque el cordón sanitario puede ser útil. Sí hay dos realidades a tener en cuenta. Una, la globalización es imparable y reduce la miseria del mundo (China, India), pero precisa algodones protectores. Dos, la inmigración es absolutamente necesaria (y un deber humanitario), pero genera hostilidad en algunos sectores. Y no de los más favorecidos. Es lo que hay.
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