Opinión | Sangre de Drago

Entre la confianza y la sospecha

Entre la confianza y la sospecha

Entre la confianza y la sospecha / El Día

He escuchado recientemente que una forma negativa de estar abierto a la realidad es la sospecha. El principio de admiración, el deseo de comprender, la mirada curiosa que se deja sorprender por lo real -fuente de conocimiento científico y tecnológico, por otro lado- se entenebrece cuando miramos la realidad sospechando de ella y admitiendo el prejuicio de que está ahí para hacernos padecer como enemigo al acecho. Como si dentro de nosotros pelearan dos expresiones buscando ocupar el primer puesto en nuestra conciencia: O “qué bien se está aquí”, o “algo malo va a pasar”. Una mezcla prudencial diría algo así como “aunque pueda venirse abajo el presente, qué bien es estar aquí”. Así, entre la confianza y la sospecha, habitamos la hostilidad agradable de lo que somos. Aunque, si hubiera que tomar opción por alguna de las posturas, a riesgo de ser considerado cándido e inocente, preferiría respirar los aires de la confianza, porque la sospecha aparece más instintiva.

Todo puede salir mal en algún momento y toda expectativa puede frustrarse. La misma vida es tan vulnerable que puede terminar en cualquier momento. No solo mueren los otros, sino que también es un asunto nuestro. Todo puede corroerse y oxidarse, y el azaroso proceso vital puede torcer la esperanza en cualquier momento. Pero si mantenemos los ojos abiertos y el corazón confiado somos capaces de reconocer la increíble creatividad y capacidad humana de salir de situaciones aparentemente invencibles y lograr generar sentido y esperanza en la más horrible oscuridad. Porque, de igual manera, cualquier situación puede mejorar.

Tal vez tendríamos que recuperar el espíritu etimológico del término sospechar que nos sitúa en la dirección de buscar debajo de lo que vemos (del latín suspectare/suspicere -sub ‘debajo’, spectare “mirar’-). Indagar, investigar, buscar el otro lado no visible de lo que aparece para comprender más y mejor. Y superar la deriva legal que ha convertido al sospechoso en aquel que encierra una culpa oculta a descubrir. Porque si indagamos la realidad que está debajo, lo que está invisible a la mirada pero presente en la realidad, podemos alcanzar el asombro del descubrimiento. Y el descubrimiento puede ser bueno, casi siempre.

En esa lucha sin cuartel entre la confianza y la sospecha, en el tatami de nuestro mundo interior, la batalla no termina nunca. Siempre habrá derrotas y mil formas de retomar el combate. Pero la destreza de darle fuerza a la confianza es un itinerario de progresiva conquista, de mantener de verdad los ojos abiertos para mirar mejor lo que vemos. Para descubir que lo que está debajo puede convenir y poseer una belleza mayor. Además, considero que no es una certeza ilusa e infantil, sino la convicción que nace de haber descubierto que no estamos solos en el existir. Una compañía que se esconde debajo y detrás de lo real que percibimos y cuya presencia enhebra la esperanza de que lo que resta por ser descubierto es aún lo mejor.

No quiero olvidar que el ser humano tiene la posibilidad, biológica y cultural, de vivir erguido sobre sus piernas.

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