Opinión | Gentes y asuntos

Víctor García Marín

Médicos realizan un transplante renal, foto de archivo

Médicos realizan un transplante renal, foto de archivo / EP

Ocurre a veces que una multitud aparece como grupo cuando el motivo que la convoca tiene la entidad, la fuerza y el crédito común y cuando, uno a uno, todos piensan y sienten lo mismo. En los altos de Arafo, por donde camparon los guanches garridos y los activos agustinos dieron tiempo a los oficios y rentas a la tierra, marcados por las huellas del volcán y los empeños campesinos, algunos afortunados contemplan a diario las azules lejanías de Anaga y las costas cálidas que apuntalan el sur. Entre estos privilegiados paisanos está Víctor García Marín, doctor en medicina e ingeniero, especialista en resolver angustias y devolver alegrías, en compartir –el verbo más solidario– cuanto sabe, cuanto tiene y cuanto siente.

Después de cuatro décadas de sabia y exitosa dedicación a la medicina, después de poner al HUC, esto es a Tenerife y a Canarias, en el mapa de la neurocirugía nacional e internacional, para en sus sabios afanes y emprende un nuevo rumbo; da oportunidad a sus otros saberes, que son muchos y diversos con la conciencia del deber cumplido y con la sana inquietud por los nuevos empeños.

Jefe del Servicio de Neurocirugía por concurso, eficaz gestor de medios y recursos humanos del mayor nivel, profesor titular de la Universidad de La Laguna y padrino de una docena de promociones de nuevos facultativos, García Marín es, además de un eminente cirujano, impuesto en las técnicas quirúrgicas más exigentes, un lujo antiguo que conoce y llama a los pacientes por su nombre; un profesional que inspira, además de confianza, cercanía y optimismo.

En un espacio natural de asombro, resuelto con admirable sensatez y medida, con módulos diseñados y realizados por el mismo –es un experto constructor con los materiales de siempre y con el hierro y el metacrilato– Víctor recibió con toda su familia –mujer, hijos y hermanos– que atendieron con exquisitez a una legión de diferentes que compartimos desde la llegada, como dije antes, la admiración, la gratitud y el afecto.

Comandando una grata guardia de corps, su amigo del alma, Manolo Lugo, un fisioterapeuta extraordinario que también entendió que para ejercer bien cualquier oficio, hay que ser antes una buena persona; parrandero de solera, lidera el grupo Alambique, con música de todas las orillas, que puso fondo sonoro a una jornada inolvidable; Lugo es además, con maderas autóctonas, el mejor luthier que trabaja por estas latitudes. También mostraron sus excelentes cualidades percusionistas del grupo Mambisa, con su directora Sisi del Castillo al frente, un repertorio que suma géneros de tres continentes con sorpresa y solvencia.

Con una probada capacidad de experimentación y una voluntad férrea en los asuntos de su interés, también comparte con Lugo y Alambique la música sin tiempo ni fronteras como percusionista; y, ante una audiencia atenta, demostró que tiene maneras, fuerza y vocación, que no es otra cosa que la posibilidad de manifestar las energías creadoras con buen gusto y mesura, virtudes perfectamente demostradas a lo largo de su vida.

Víctor abrió una nueva etapa en la que ya ha anticipado excelentes muestras de lo que quiere y puede hacer. La extensa finca alberga una fascinante colección de esculturas y módulos de distintos metales repartidos por todo el perímetro; dentro y fuera de la casa ha dejado evidencias de su excelente trato a todos los metales; combina con precisión y buen gusto los grandes formatos y las miniaturas, las criaturas prehistóricas y las invenciones, las joyas femeninas y los caprichos de la orfebrería contemporánea.

Gozamos de un día entrañable, que probó que los secretos de los felices están en las amistades que cuentan. Mantener, cuidar y comprender a los amigos nos garantiza una existencia más rica e interesante. Y el querido Víctor, que nos comprendió tantas veces como acudimos a él tuvo y tiene la satisfacción plena de sentirse comprendido.

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