Opinión | Agresiones sexuales
Emma Riverola
MeToo: más allá del señalamiento

El director Morgan Spurlock, que comió McDonald's por un mes, muere de cáncer con 53 años
Morgan Spurlock falleció hace poco más de un mes. Adquirió especial notoriedad como creador del famoso documental Super Size Me. Durante un mes, se alimentó solo de productos McDonalds y registró los efectos que provocaban en su salud. Pero Spurlock también atrajo titulares por otra cuestión. En 2017, en pleno auge del MeToo, reconoció en su blog personal ser «parte del problema» y confesó haber cometido una agresión sexual y varios abusos sexuales. Tras su muerte, la escritora feminista Lux Alptraum ha narrado su relación con el documentalista. Se conocieron poco después de la confesión de él y acabaron compartiendo cierta amistad. El agresor no consiguió la absolución pública, pero con su gesto trató de abordar los errores cometidos. Alptraum apunta: «No fue el mensajero perfecto para una revolución feminista o para un cambio sistémico. Pero fue alguien que lo intentó. Así espero recordarlo. Y espero que cuando los próximos lo intenten, podamos empezar a ver sus esfuerzos con ojos diferentes y más tolerantes».
No tardará en aparecer otro hombre relevante del espectáculo, la ciencia, el deporte o cualquier otro sector denunciado por violencia sexual. El MeToo ha roto el vidrio protector que procuraba tranquilidad a los agresores. Hoy, siete años después de aquel estallido, podemos felicitarnos por las grietas. Pero aún queda mucho por reparar.
Por supuesto, a las víctimas. Denunciar sigue siendo difícil, muy difícil. Ciertos corporativismos tratan de exigir silencio y sumisión, en especial cuando son hombres poderosos a los que se señala. El miedo a no ser creída o el temor a quedar excluida laboralmente frena las denuncias de muchas mujeres. Más aún, cuando los procesos de violencia han minado su autoestima.
Resulta imprescindible ofrecer más espacio y altavoces seguros para las víctimas. Pero las denuncias, por sí solas, no erradicarán el problema. Su traslado a las redes ha colocado a las víctimas y los agresores en la arena del circo romano. A su alrededor, jaleando, una multitud que espera su segundo de gloria para alzar o bajar el pulgar. Un espectáculo que, alentado por la polarización política, aplaude linchamientos o, por el contrario, llora una supuesta masculinidad amenazada.
No todos los casos llegan a los tribunales. En muchas ocasiones, porque las víctimas prefieren no interponer denuncias. El señalamiento público da espacio a sus voces y también advierte a otros agresores de que el tiempo de la impunidad se agota. Pero difícilmente ofrece posibilidad de rehabilitación a los hombres que han cometido violencia sexual. La condena es la muerte social y profesional, pero el logro colectivo sería que llegaran a aceptar su culpa y entendieran que hay otro modo de relacionarse con las mujeres. Como apunta Alptraum, «tendremos que seguir buscando justicia, pero una que también proponga el encuentro, el diálogo, la comprensión». El miedo paraliza, lo saben las víctimas. El logro es que los agresores dejen de serlo por convencimiento, no por temor a ser descubiertos.
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