Opinión
El arte de saludar insultando
La colleja es un toque terapéutico con múltiples beneficios para la salud y una forma de conservar gran parte de nuestra idiosincrasia

Dos personas se saludan
Iba a empezar con aquello de que el amor y la amistad pueden expresarse de tantas maneras, que sería muy complicado acertar cuál es la mejor. Sin embargo, la tendencia empírica ya ha demostrado lo bien que sabe mandarte un saludo insultando y el placer que se siente recibiendo ese improperio tan cálido y cercano. Personalidades distinguidas de la comunidad académica, como Maruca la golifiona, han demostrado con sus estudios que esta arcaica pero efectiva forma de comunicación fortalece las relaciones y fomenta un sentido de pertenencia entre el que te lanza el sopapo y el que lo recibe. Un buen saludo insultante es como una flor que crece en el piche: inesperada y hermosa en su brutalidad. Es un contrasentido que hace vibrar nuestro conocimiento más primario, como una guitarra sin cuerdas tocada por un mono o una cerveza caliente bajando por el pantalón. Como en todas las sociedades que se precien, existe un código, unas reglas no escritas del insulto amistoso para que nadie se pase de confianzudo so pena de llevarse una escaldada. Los lugares para insultar son fundamentales a la hora de crear un ambiente propicio y que dé pie a mandarte un insulto como es debido. La calle siempre es una gran opción, pero el bar se convierte en un refugio seguro para continuar con la tradición, porque entre cervezas y bocadillos de pata, los insultos fluyen como cosa buena. Y ya si es en la barra, en pocas te habrás visto igual. En el nivel pro están los gimnasios, que es el lugar ideal para dedicarte un par de buenos insultos, pero en la zona de pesas es donde se ve al que es un experto de verdad.
La casa del colega suele ser el entorno más seguro para sacar el arsenal y valorar cuántos insultos por segundo caben en un «hola». En el amplio universo de los bombazos cariñosos entre amigos y colegas, existe una subcategoría que merece un reconocimiento especial: el saludo que mezcla el insulto con una colleja en la nuca; véase también cachetón sin fisuras. Este tipo de saludo es una verdadera obra maestra de la compadrería, un método de ejecución que requiere el timing perfecto, un toque justo de fuerza, y sobre todo, una relación lo suficientemente sólida como para soportar el viaje con cara de «aquí no pasa nada, compadre». Al fin y al cabo, la colleja es un toque terapéutico con múltiples beneficios para la salud y una forma de conservar gran parte de nuestra idiosincrasia. En la vida, la colleja y el insulto amistoso son remedios naturales que promueven la salud, el bienestar y el «cómo te trinque un día revirado, verás». Al igual que una planta necesita sol, agua y nutrientes para crecer, los seres humanos prosperan con un buen toque y un insulto acertado. Tengo un colega que saluda como Tackleberry, el personaje de la película Loca academia de policía que le mandaba un rebencazo a todo aquel que le diera los buenos días. Luego está Gilberto, que parece tener un radar interno para encontrar exactamente dónde te duele o dónde tienes una herida reciente y darte la bienvenida. Es como si tuviera un imán para los puntos dolorosos de tu cuerpo, él siempre te los encuentra. ¿Tienes una cortada en el dedo? No hay problema, él la descubrirá y te la tocará. ¿Una herida en el codo? Ahí va él, directo al punto débil para darte un pellizcón y llevarte al éxtasis. Salude, cristiano, pero sin meterle un viaje.
@luisfeblesc
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