Opinión | El recorte

La caja de Pandora

Manifestantes en la Plaza de España este sábado 20 de abril

Manifestantes en la Plaza de España este sábado 20 de abril / María Pisaca

No fue histórica, pero sí importante. Miles de personas recorrieron las calles de las capitales de Canarias como un gran grito contra el «turismo masivo» al que se hace culpable del deterioro medioambiental de las Canarias.

El culpable, sin embargo, es inocente. A las islas no se las han cargado los guiris. El mayor atentado contra el territorio lo hemos hecho los propios canarios con un crecimiento desordenado y caótico que invadió las medianías y las costas. Los alemanes no construyeron en los altos de Candelaria, Güímar, Igueste o Arafo. Los belgas no masificaron Las Caletillas. Ni los ingleses edificaron Taco o se cargaron la vega lagunera o invadieron la costa de Tacoronte o La Matanza.

La manifestación, llena de banderas canarias con siete estrellas verdes, ha sido un éxito para los convocantes. Quienes en política no consiguieron representación institucional aspiran ahora a conquistar un respaldo moral; porque miles de personas con pancartas sirven para arrogarse la voz de toda la sociedad. Pero por mucha gente que salga a la calle se trata de un representación muy pequeña de la población de Canarias. Y por supuesto, muchísima menor que las novecientas mil personas que votaron en las últimas elecciones autonómicas.

Esa mayoría habló votando, lo que no quiere decir que no se pueda hablar gritando. Pero los atajos son peligrosos. Es legítimo que veinte mil personas pidan una ecotasa, pero no que diez paralicen unas obras legales de una una promoción turística a la que se oponen. El problema es que los activistas creen tener toda la razón. Aunque los resultados electorales no respondan a sus expectativas. Aunque no tengan poder institucional. Por eso van a las trincheras de la confrontación callejera. Porque con ese respaldo cargan pilas y pueden sostener el argumento, matemáticamente falso y políticamente perverso, de que representan a la mayoría social frente a una irrelevante mayoría electoral.

La izquierda extraparlamentaria ha tenido la habilidad de detectar y cabalgar una ola de descontento generado por estos últimos años en que hemos vivido tan difícilmente. Han sido años gestionados precisamente con un sesgo de izquierdas, ¡pero qué importa la coherencia! El exceso de intervención y regulación, el crecimiento de la burocracia pública, el saqueo fiscal al bolsillo de los ciudadanos y la inflación, han creado una sociedad más pobre y un sector público más rico. O sea, un enorme malestar social. ¿Y qué se pide? Pues más de lo mismo.

Ayer se lanzó un mensaje contra el turismo masivo –o sea, el nuestro– en las calles de las capitales de Canarias. Y en Madrid. Y en Londres. Y en Berlín. Nuestros competidores lo amplificarán, frotándose las manos. Porque esto no se acaba aquí. Hay un objetivo político detrás la emociones que capitalizan el descontento apuntándolo hacia un culpable fácil. Están creando un relato, pintándole una diana a los turistas y haciéndolos responsables de nuestra pobreza y nuestros problemas. Hemos abierto la caja de Pandora de la cólera y el activismo ecologista se siente eufórico ante la necedad y la torpeza de la política canaria, la división y la debilidad del empresariado y la complicidad silenciosa de los sindicatos. La tormenta perfecta para llevarnos de regreso al país de la guataca. «Canarias no vive del turismo, el turismo vive de Canarias», gritaban ayer. Y con eso queda todo dicho.

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