Opinión | Observatorio
Pedro Insúa
El español, lengua de Mordor

El español, lengua de Mordor
Partimos de un hecho histórico indudable, y es que el español, como lengua, se ha expandido por toda España y se ha constituido, por ello mismo, en la única lengua de uso común (koiné) en toda España. Y ello ha sido así por razones funcionales, logísticas, y no por imposición política, como pretende el separatismo. El castellano era ese «rumor de los desarraigados», que denominó Ángel López García en su libro de título homónimo, y en el que se puede leer lo siguiente: «que la utilización de la koiné del valle del Ebro [el castellano] como instrumento de comunicación entre peninsulares –primero en Navarra, Rioja, Aragón y Cantabria, luego, y a través del camino de Santiago, en la Castilla central y en León, por último en otros Estados peninsulares– es anterior a la entronización del castellano como lengua oficial del Estado español e independiente de aquella» (García López, «El rumor de los desarraigados. Conflicto de lenguas en la Península ibérica», Anagrama, 1985, p. 56).
Sin embargo, uno de los tópicos más repetidos, relativo a las lenguas vernáculas regionales existentes en España, tópico que se ha hecho ley, es el que se ocupa de considerarlas como «lenguas propias» de la «comunidad autónoma» correspondiente, considerando al español, a su vez, como lengua extranjera o exógena en ellas. Se asimila «propiedad» a exclusividad, como si lo propio no pudiera ser común (es común al hombre –al Homo sapiens– poseer cuatro extremidades, pero no es exclusivo del hombre, otros organismos las poseen). Particularmente en los estatutos de autonomía, así como, en general, en el ordenamiento jurídico relativo a estas lenguas, se insiste una y otra vez en el carácter «propio» de las lenguas regionales, como si el español no fuera igualmente propio de esas regiones; como si el español fuera «impropio», inapropiado, exógeno, ajeno, extranjero, foráneo.
De ahí se pasa, rápidamente, a convertir al español en lengua advenediza, y, además, impuesta por la fuerza, esto es, en lengua «invasora», que hostiliza a las lenguas auténticas, las «propias» de cada comunidad autónoma, llevándolas incluso, o amenazándolas con ello, a la extinción. Como cuando una especie endémica de una región, por ejemplo, el lobo marsupial en Australia, se ve invadido, en su ecosistema, por una especie exótica invasora, como pudiera ser el perro Dingo, procedente de Europa. Y esta consideración del español, como especie invasora, es la que figura en el ordenamiento jurídico, tanto el estatutario como aquel orientado a la legislación relativa a las lenguas (leyes de normalización, ordenanzas locales, etc), y condena al español a ser apartado, marginado, a no ser utilizado por la administración en esas regiones, e, incluso, a señalar y estigmatizar a sus hablantes.
Sin embargo, esta imagen ecológica de las lenguas es completamente artificiosa y falsaria, entre otras cosas porque las lenguas no son producto de la Natura (de la physis) sino de la Cultura (del nomos), hasta el punto de que, por su propio carácter funcional, cualquier lengua tiene carácter exótico para una región. Así, por ejemplo, el gallego, procedente del latín, es de procedencia tan exógena para el territorio del noroeste peninsular como pueda serlo el inglés. Las lenguas (la competencia lingüística en determinado idioma) no se propagan por herencia, sino que se aprenden, y su transmisión tiene que ver con la crianza y la educación, y con las instituciones en las que se socializan los hablantes de esas lenguas (familia, escuela, etc). Instituciones que tienen una constitución histórica y no biológica. Insisto, el catalán, por ejemplo, es una lengua romance y, por tanto, se formó como un dialecto a partir del latín, cuyo origen, en el Lacio, es exótico a la Península ibérica (incluida Cataluña).
La «propiedad» de una lengua vinculada con la región no tiene nada que ver, pues, con el origen (con la génesis) sino más bien con la actualidad funcional (con la estructura), de tal modo que el español, como el catalán, son igual de propios a Cataluña, en cuanto que ambos, al margen de su origen, son hablados allí por una comunidad lingüística. Si atendiéramos a su origen, ambas lenguas, catalán y español, habrían de ser consideradas foráneas, al proceder de un tronco lingüístico cuyas raíces se encuentran en el centro de la Península itálica (y no ibérica).
Así que la noción de «comunidades autónomas con lengua propia» sólo tiene sentido bajo el prisma, a partir de una clara petición de principio, de una concepción nacional fragmentaria de la realidad española, que contempla a determinadas regiones ya como ajenas a la comunidad lingüística española. Considerar al español como «lengua propia» de Castilla, y tenerla por extranjera en determinadas regiones, es el paso previo para extranjerizar a los hispanohablantes en esas regiones y convertirlos, además, en agentes transmisores, casi víricos («monolingües», se les llama, como si estuvieran dotados de algún tipo de infección), de un patógeno que terminaría con la «lengua propia» y, por lo tanto, con la «Cultura» correspondiente a esa lengua, y que son, lengua y Cultura, lo que justificaría un nuevo Estado (en el contexto de sus planes separatistas).
Para el nacionalismo gallego, vasco y catalán, la lengua es, pues, fundamental. Es el núcleo duro de su hechodiferencialismo, y no van a parar hasta que sus respectivas regiones no queden depuradas de esos agentes patógenos «monolingües», los hispanohablantes, que obstaculizan sus planes.
De momento, hay que saber, que la batalla en el ordenamiento jurídico la tienen ganada los nacionalseparatistas al conseguir la oficialidad de unas lenguas meramente regionales, cuando existe una lengua que es común a todas las regiones, siendo la única con tal característica en toda España. Con el instrumento de la oficialidad ya pueden golpear, con toda la fuerza que otorga el leviatán estatal, al «monolingüe», u orco hispanohablante, que se atreva a pronunciar la lengua de Mordor en País Vasco, Navarra, Galicia, Baleares, Valencia o Cataluña.
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