Opinión | A babor
Motivos para el fracaso

Motivos para el fracaso / Efe
Pedro Sánchez anunció el domingo que en los Presupuestos 2024, aun pendientes de aprobación, se incorporará un plan destinado a reforzar el aprendizaje de matemáticas y la práctica de la lectura. El anuncio se produjo durante la clausura de la convención política del PSOE gallego, en una intervención en la que Sánchez se refirió sin citarlo a los datos del último informe PISA, que sitúan España al final mismo de la lista de países europeos en matemáticas y comprensión lectora, las dos disciplinas que mejor miden la calidad de la enseñanza recibida. Tratándose de una intervención propagandística, Sánchez no atribuyó responsabilidades concretas en el desastre de PISA ni a los docentes, ni a las familias, ni siquiera a los propios escolares. Para explicar los pésimos resultados obtenidos por España, se limitó a esbozar la idea de que algunas materias «son duras de roer».
En auxilio de los escolares, el presidente esbozó un plan dirigido a los casi cinco millones de alumnos que cursan sus estudios entre Tercero de Primaria y Cuarto de ESO. El plan se desarrolla en tres ámbitos: desdoblamiento de aulas y reducción de alumnos dentro del horario lectivo, clases de refuerzo fuera de ese horario y plan de formación para el profesorado. El programa costará 500 millones de euros, básicamente destinados a la contratación de más profesores.
No es un despilfarro: si el plan consigue resultados y evita suspensos y repeticiones, nos ahorrará mucho dinero: cada alumno que repite curso le cuesta al país cerca de 6.000 euros. Solo en Canarias, el coste del fracaso escolar en primaria y ESO supone la friolera de 224 millones de euros, casi la mitad de lo que Sánchez propone gastar en toda España para resolver una parte del problema.
Pero la clave de este asunto no es sólo el dinero que se destine a contratar más profesores y prepararlos para que ayuden a otros profesores a ser mejores docentes, y a centenares de miles de niños a estudiar y aprender mejor. La clave es volver a una cultura diferente, a la que han renunciado nuestra escuela pública, el servicio público y la vida social. Una cultura del esfuerzo y la responsabilidad, la que nos enseñaron nuestros padres, basada en entender que detrás de cada derecho que hemos conquistado existe un deber, y que ninguna sociedad puede sostenerse y crecer sin compaginar derechos y obligaciones. Al derecho a estudiar –que hoy quiere extenderse como obligatorio hasta la mayoría de edad– nuestros mayores contraponían la obligación de hacerlo, de aprovechar la oportunidad y el privilegio de acceder a instrucción y cultura.
Hoy, cuando la formación ha dejado de ser un privilegio y una oportunidad, son cada vez más las personas que renuncian a hacer siquiera el esfuerzo de acceder a las ventajas que aporta el conocimiento. Que yo aprenda y me instruya parece ser hoy una responsabilidad del que me enseña, de mi familia o de la sociedad, no mía.
Raffaele Simone, publicaba en 2001 su libro más conocido e influyente, La tercera fase, en el que alerta sobre la perdida cada vez más acelerada de formas de conocimiento centenarias. En el libro, Simone desvela uno de los aspectos más oscuros de la revolución digital: el avance creciente del analfabetismo en las sociedades desarrolladas. Países como Italia, España, Francia, Reino Unido, Canadá y EEUU, que habían logrado casi desterrar el analfabetismo en los años 70, retrocedieron decenios en las siguientes tres décadas, con porcentajes de analfabetismo funcional asombrosamente altos en todos los países, situadas entre el 15 y el 20 por ciento y con especial incidencia entre los más jóvenes.
A finales del siglo pasado, UNESCO revelaba en uno de sus informes sobre analfabetismo funcional que uno de cada cinco adultos estadounidenses era incapaz de comprender una placa en la calle, un formulario de solicitud de empleo o la etiqueta explicativa que acompaña a un medicamento, que en Reino Unido, uno de cada siete adultos no dominaba los mecanismos de la lectura, la escritura o el cálculo, mientras en Francia, el 20 por ciento de los jóvenes reclutados por el ejército tenía dificultades para leer un texto sencillo.
Mientras los países más pobres han continuado avanzando en la superación del analfabetismo, las cosas no han mejorado en la mayoría de los países ricos de la OCDE. De hecho, muchos de los estudiantes que acceden hoy a las universidades españolas tienen dificultades para interpretar un texto mínimamente complejo, y son incapaces de redactar correctamente o de expresar conceptos e ideas. Por desgracia algunos salen de las Facultades igual que han entrado.
La cultura de la responsabilidad individual está en evidente retroceso. Y con ella el valor del esfuerzo personal. No creo que esto se pueda arreglar sólo contratando más docentes.
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