Opinión | La espiral de la libreta
Olga Merino
Pequeña oda a las mamas

Sofía Vergara, en el estreno de 'Griselda' en Madrid. / EFE
La bellísima actriz colombiana Sofía Vergara, de promo por España para publicitar la nueva serie que protagoniza en Netflix, Griselda, donde encarna a una jefaza del narcotráfico, ha montado cierto revuelo estos días a cuenta de sus glándulas mamarias. La entrevistaron Luz Sánchez Mellado, en El País, y el ínclito Pablo Motos, en El Hormiguero, cuyas cámaras recorrieron con delectación el canalillo de la actriz. A ella, plin; que se las miren. En ambas ocasiones, Vergara no tuvo reparo en confesar que su delantera le abrió todas las puertas, que fue su pasaporte al mundo a los 20 años, cuando empezó como modelo. Pero si permanece en la profesión, apostilló, no es por méritos pectorales, sino porque no le teme al riesgo, trabaja como nadie y mantiene los ojos abiertos cual lechuza. «Si solo ves mis tetas, entonces el problema es tuyo».
Resulta gratificante su sinceridad. A qué negarlo, el asunto de las ubres es importante. Mucho. Tetas, senos, mamas, domingas, lolas, peras, mamellas, pechugas, el nombre da igual. Pedro Mairal las llama «temblor hipnótico» e «imanes de los ojos» en un capítulo la mar de divertido incluido en su libro de crónicas Maniobras de evasión (Libros del Asteroide).
Las razones de la Loren. Cada generación, razona el escritor argentino, ha tenido sus tetas formativas: para unos fueron los senos de Sofía Loren en Bocaccio 70; para otros, los de Monica Bellucci. O los de Sabrina Salerno. Importan, sí. La neoyorquina Nora Ephron contó que lo pasó fatal en los años 50 de su adolescencia, siendo plana como una tabla de planchar, pues entonces se llevaban los pechos cónicos y picudos, estilo Lana Turner (al menos, en Estados Unidos).
Ejercen los senos una curiosidad abisal; ya lo advierte el dicho de las dos carretas. Así que hizo muy bien la actriz colombiana en usar como ganzúa esas protuberancias que aparecen de golpe en la pubertad, porque luego, con el paso del tiempo, sucumben a la fuerza de la gravedad y ya no están para tantas aperturas. Otro asunto son las puertas que una pretenda abrir con ellas, y el hecho de que existan llaves individuales, llaves secretas y llaves colectivas. Allá cada cual. En casa somos muy del motto de Alaska, «a quién le importa lo que yo haga».
En cualquier caso, llama la atención que a estas alturas del partido se sigan pixelando pezones o que se armara semejante cisco el verano pasado cuando Eva Amaral enseñó las virtudes en pleno concierto. Es más, la humanidad debería construir un monumento cósmico a las ubres que vienen amamantándonos desde hace milenios. Dicen los que saben que las glándulas mamarias femeninas propiciaron la evolución de la especie: gracias a ellas y a su capacidad de almacenar leche abundante, los recién nacidos podían ser más pequeños y nuestros cerebros podían crecer más.
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