Opinión

Omar Batista

¿Como se toman las decisiones en Tenerife?

Imagen de archivo de una persona con una entrada física para un concurso del Carnaval.

Imagen de archivo de una persona con una entrada física para un concurso del Carnaval. / Andrés Gutiérrez

Todas las sociedades tienen sus procesos de asimilación y transformación. En una adaptabilidad constante ante las novedades que se presentan en la vida.

Uno se pregunta cómo se hace en Tenerife para transformar lo que debe funcionar de otra manera, y parte bajo esta pregunta: ¿somos más propensos a que grupos nuevos tomen el poder o somos más propensos a que los grupos y redes tradicionales muten para obedecer mejor a las necesidades de la actualidad? Rara vez cambian las redes de la oferta, por el mero hecho de que la propia limitación del territorio hace muy exacto el entendimiento de que es lo que puede funcionar y lo que no.

Definir los pormenores de la voluntad de relación entre los actantes élite y Pueblo es capital de entender si queremos afrontar de forma colectiva el mejoramiento de nuestro día a día.

El sostenimiento de las redes tradicionales, informales, y por supuesto no digitalizadas, es fundamental para acercarnos al fenómeno que pone orden a la manera que tenemos de convivir.

Tendemos más a alterar y adaptar las pretensiones de los grupos, que a cambiar de élites, es por ello que es realmente complicado ver cambios mediados por un conflicto evidente, por la competencia y el debate sobre lo común, o por una guerra o algo que se le parezca. Hay una especial endogamia, una especial química de la reproducción entre los propios, que a pocas razones atiende. Quienes hacen por avanzar, se encuentran en la complicidad. Aquello de perro no come perro. Sin duda hay un respeto por el trabajo.

Las empresas familiares duran, las alcaldías duran, todo dura salvo que sea un cuerpo extraño. Aunque si este cuerpo extraño sabe instalarse, durará como duran todas cosas que se inician aquí en Tenerife. Si estos extraños saben entender los cambios y formar parte de las cotidianidades del día a día, así como sostener y caminar con el sentido común, más que imponerlo, se abre un lugar para la paz y el consenso en este territorio entre ese nuevo extraño y las redes tradicionales.

Estos entendimientos se pueden trasladar a la política, a la empresa, al mundo del espectáculo, de la cultura, del ocio, a los colectivos de artistas, a los que hacen el carnaval, al funcionamiento de los sindicatos de educación, y a todo lo que de forma general funciona bien.

Así, una lógica inteligente de las instituciones buscará aquello que genere amplios consensos, aun pesando sobre actores clave que estén bien organizados. Es evidente que el Pueblo de Tenerife quiere ver a un Cabildo Insular volcado en la idea de generar nuevos marcos para la protección de nuestros montes, de nuestras carreteras y de nuestras costas. Y es que eso es lo que precisa ahora mismo el sentido común. Tener voluntad de proteger todo ello es lo que más va a valorar la gente hoy, acostumbrada en gran parte a tener que soportar que nada mucho mejor es posible en el día a día de esta isla. Quieras que no, la mayoría ya trabaja, los ingresos están subiendo, y el canario se ha acostumbrado a vivir más pendiente de la sensibilidad de su entorno que de lo liviano de su bolsillo.

Es sencillo y ordenado, como deben ser las cosas. Cuidar lo nuestro y controlar la amplia gama de combustibles que hay por todas partes para que esta isla no esté en un peligro constante debería ser una prioridad fundamental de nuestro gobierno insular, porque lo cierto es que no es tan difícil mantener limpio al dedillo todos los espacios naturales y urbanos de la isla.

Esta postura es entendida por el común como algo básico, algo tan básico como mantener los paisajes limpios con el debido cuidado que precisa nuestro privilegiado entorno. Ordenar la vista y cuidar lo común, cuidar la isla, pacificar por tanto nuestros sentidos.

Conseguir que la sociedad perciba que desde las instituciones se toma una decisión ampliamente compartida fortalece los gobiernos y los hace más legítimos, ahondando en la necesidad de poner más alto el nombre de la política y por tanto haciendo más orgánicos los naturales barrancos que dan naturaleza a la relación entre quienes gobiernan y los que son gobernados.

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